Un hombre de 48 años acuchilló ayer a su mujer y a su hijo (presuntamente) en Bellcaire (Girona). Al hijo lo mató. A la mujer la ha dejado malherida. Era la madrugada de este martes al miércoles y entró de noche a asesinarlos. Para acuchillar a tu hijo hace falta acercarte mucho, tocar su cuerpo, clavarle el arma, sentir su sangre, olerla. Eso es lo que ocurre en la mayoría de los casos: a sus hijas e hijos los suelen matar a cuchillo. Cuando he leído la noticia, aún me dolía fuerte el anterior asesinato machista. Fue el lunes. En Amposta un hombre mató y descuartizó a su pareja.
Pero hablemos de las criaturas. En un informe sobre violencia vicaria se cuenta que casi todas las mujeres (82%) maltratadas en España ha sufrido amenazas por parte de su pareja o ex pareja usando a las hijas e hijos. Las mujeres maltratadas son miles y miles y miles. O sea que son miles y miles y miles los hombres que maltratan a sus hijas e hijos. Pero más allá de ese maltrato —toda violencia contra la madre lo es—, la amenaza tiene sus púas propias, el hecho de amenazar.
El mismo informe lo explica. La inmensa mayoría de los padres agresores (80%) impiden el contacto de la criatura con la madre cuando está con él. Es un tiempo en el que la madre no sabe qué está viviendo su hija, su hijo. Ojo, que estamos hablando de mujeres maltratadas, o sea de mujeres que saben cómo se las gasta el tipo con el que están sus criaturas, que sabe de los insultos, los golpes, la privación de alimento o de calor... Aún recuerdo la impresión que me produjo el mensaje que me envió una mujer desesperada. Cada vez que sus hijas iban a pasar el tiempo reglamentario con el padre, se las devolvía desnudas. Decía que la ropa era suya. Parece que no es un caso raro. La gran mayoría de las madres (68%) cuenta que, cuando las criaturas regresan, llegan en malas condiciones, con la ropa sucia o rota, con marcas de golpes sin explicación, o que se enteran de que han permanecido encerrados, encerradas, durante su estancia en la casa paterna.
Porque la violencia contra las hijas e hijos se da durante el tiempo que el hombre está a cargo de los menores (86%). La pregunta es por qué están ahí, quién ha decidido que un hombre agresor no va a maltratar a sus criaturas. Pero qué barbaridad es esta. A ver, si hemos decidido que cualquier hombre que ejerce violencia machista contra su mujer la ejerce también contra sus hijas o hijos, ¿por qué permitimos que pasen tiempo con él? Es más, ¿por qué estamos obligando a las madres a poner en peligro la integridad de sus criaturas, e incluso sus vidas, como lamentablemente hemos vuelto a ver? ¿Cómo calificar a una sociedad que obliga a niñas y niños a quedarse bajo la tutela de un agresor, en manos de un verdugo? María Salmerón —y no es la única, por desgracia— acabó en la cárcel porque plantó cara a este sistema del demonio. Se negó a que su hija pasara temporadas con el hombre que la golpeaba y violaba con regularidad. No le sirvió de nada. Pese a saberlo, la Justicia acabó obligando a la hija a vivir con el violento y encerró a la madre. En el último Encuentro Estatal sobre Violencia Vicaria, celebrado hace un par de semanas en Barcelona, se escuchó un audio de su hija Míriam dirigido a la jueza que condenó a su madre: "Sra. Jueza, desde que tengo uso de razón llevo diciendo que no quiero ver al hombre que ustedes llamaban mi padre". ¿Por qué no se escuchó a esa niña que Miriam era? Por la simple razón de que en los juzgados de este país todavía no se presta atención al relato de las hijas y los hijos. Preguntémonos la razón, y hagámoslo rápido.
Según datos del propio Consejo General del Poder Judicial (CGPJ), en España en 2023, sólo se suspendieron un 12,6% de los regímenes de visitas. O sea, que en la inmensísima mayoría (cerca del 88%) de los casos más graves de violencia de género las hijas e hijos siguieron viendo al padre violento, agresor, criminal.
Y si entramos ya en el detalle de la violencia sexual, los datos ponen lo pelos de punta. Un informe encargado por el anterior Ministerio de Igualdad en 2022 reveló que en la abrumadora mayoría (86%) de los casos en los que se denuncia violencia sexual intrafamiliar contra niños y niñas menores de 8 años, las denuncias acaban archivadas, sin juicio. Pero es que, más allá de los juzgados, los informes psicosociales ponen habitualmente (86,5% de los casos) en entredicho el testimonio de niñas, niños y adolescentes.
Allá va la pregunta, ante el horror del pequeño asesinado por su padre en Bellcaire: ¿A quién se protege? Desde luego, a las hijas y los hijos, no. A las madres tampoco. Respondan ustedes, porque solo queda el padre como respuesta. ¿Contra quién ejercen violencia las instituciones, con el Poder Judicial a la cabeza? Contra las madres, por supuesto, pero también contra los niños, las niñas, los adolescentes que crecen a golpes, desatendidos, violentados verbalmente, entre humillaciones y amenazas, con terror constante. Por miles, y miles, y miles.
A las madres que se niegan a obedecer las órdenes de entregar a sus hijas e hijos al padre maltratador las llaman con desprecio "madre protectoras". Las han criminalizado, injuriado y demasiadas han pasado por la cárcel. Yo estoy con ellas. Siempre. Si el Estado no solo no protege a tus criaturas sino que las obliga a someterse al violento, seremos las madres quienes cumplamos con el mandato de defensa, atención y amparo de la infancia.