Cristina Fallarás
"Llegados a este punto, la pregunta que legítimamente me hago es ¿merece la pena todo esto? [...]. Necesito parar y reflexionar. Me urge responderme a la pregunta de si merece la pena". Esta frase del presidente Pedro Sánchez contiene el meollo de su última acción. Se ha parado, ha apartado todas sus responsabilidades, nada menos que presidir el Gobierno de un país, y ha hecho saber a la ciudadanía que necesita unos días para pensar si quiere seguir. El gesto me resulta, en sí mismo, loable, y sin embargo creo que se equivoca lamentablemente en la pregunta que decide responderse.
Aplaudo el gesto porque me parece valiente y creo que va con los tiempos. Rompe con la todopoderosa masculinidad que jamás se viene abajo, ni duda, ni padece. Es un gesto que humaniza a quien lo hace y, con él, al resto. De pronto, una se plantea que, si el presidente pide tiempo para pensar, tú también puedes. Hace ahora exactamente un año, la reina Letizia dijo algo muy parecido: "Todos en algún momento necesitamos parar, admitir, ser conscientes de nuestras vulnerabilidades, de nuestras debilidades, poder expresar un 'no puedo', 'no sé', 'no siento', 'necesito tiempo', 'necesito parar".
Este pasado viernes por la mañana, la magistrada Vicky Rosell, que ha sufrido en sus carnes el zarpazo del lawfare más feroz, respondía en Canal Red al presidente Sánchez: "Personalmente claro que no merece la pena, el coste de hacer políticas progresistas es evidente". Ella lo sabe bien. Su respuesta, frente a la avalancha de "claro que merece la pena" o "siempre la merece" y similares, me pareció de una sinceridad aplastante. No, claro que no merece la pena. La opinión de Rosell es la respuesta sincera a una pregunta errónea. ¿Qué significa que merezca o no la pena? ¿Qué es "merecer la pena" y en qué sentido? En estos asuntos, ¿merecer la pena quiere decir que vivirás más tranquila? No. ¿Merecer la pena quiere decir que ganarás más dinero? No. ¿Merecer la pena quiere decir que tendrás más tiempo libre? No. ¿Merecer la pena quiere decir que alguien reconocerá tu labor o, al menos, te permitirán desarrollarla en paz? Menos aún.
Cualquiera que se dedica a la lucha por el bien común, al ejercicio de, como lo llama Rosell, "políticas progresistas", a luchar contra las desigualdades, a combatir la acumulación de riqueza o los privilegios de cualquier tipo, podría responder como ella. Pero es que, insisto, uno no puede hacerse esa pregunta, presidente. Quien se dedica a todo lo anterior no lo hace porque merezca la pena o deje de merecerla. Lo hace porque cree que es su deber. La pregunta a la que debería estarse respondiendo Sánchez, pues, es sencillamente la siguiente: "¿Quiero seguir haciéndolo?". Tanto si la respuesta es afirmativa como en caso contrario, no será porque merezca la pena.