Raúl Solís
Estos cinco días, a Pedro Sánchez le han servido para erigirse en héroe contra el lawfare y hacer olvidar a su audiencia que lleva diez años siendo agente directo del lawfare contra Pablo Iglesias, Irene Montero, los independentistas, Mónica Oltra o Alberto Rodríguez
Compungido. Visiblemente nervioso. Pedro Sánchez ha salido de su reflexión para informar a su audiencia de que no abandonará la casa de Gran Hermano y que seguirá hasta el final del concurso. Hasta que su audiencia lo expulse o le haga ganador. Los espectadores han empatizado con su dolor porque la audiencia siempre se posiciona con Fresita si otros concursantes le hacen bullying. La audiencia también sabe que, si se acosa a Fresita, al final gana Fresita. Pedro Sánchez también lo sabe.
La diferencia entre Fresita y Sánchez es que él es presidente del Gobierno y no una chica ingenua que viene de trabajar de recepcionista en un camping de Tarragona que no había salido nunca de su casa antes de entrar en la casa de Gran Hermano. Estos cinco días, a Pedro Sánchez le han servido para erigirse en héroe contra el lawfare y hacer olvidar a su audiencia que lleva diez años siendo agente directo del lawfare contra Pablo Iglesias, Irene Montero, los independentistas, Mónica Oltra o Alberto Rodríguez.
Para que exista el lawfare no es suficiente la participación de los jueces o de los medios, sino que políticamente tiene que ser usado para enviar a la plaza del pueblo con el sambenito colgado al condenado por la Inquisición. A los españoles nos explica mejor el siglo XVI que la Transición.
El presidente del Gobierno que se alió con la ultraderecha judicial para condenar en la hoguera a Irene Montero por la ley del sí es sí ha apelado a la reflexión. El presidente del Gobierno cuyo partido empujó la dimisión de Mónica Oltra ha apelado a la reflexión. El presidente del Gobierno que usó el recurso de Venezuela para atacar a Podemos ha apelado a la reflexión. El presidente del Gobierno del mismo partido que la expresidenta del Congreso, Meritxell Batet, que le quitó el escaño a Alberto Rodríguez ha apelado a la reflexión
Pedro Sánchez ha apelado a la reflexión, como si la culpa de lawfare la tuviera la audiencia y no los actores judiciales y mediáticos que llevan mucho tiempo haciendo de la mentira, de los bulos, de las medias verdades, de la desinformación y del odio su materia prima. Como concursante de Gran Hermano, su declaración institucional es imbatible. La audiencia va a concentrar sus simpatías en su figura.
Como presidente del Gobierno, su declaración es un acto de cinismo, de utilización de la emoción para desconectar la razón. Ha vuelto a usar los tiempos comunicativos como él sólo sabe hacer. Para investirse en el traje de líder de izquierdas dos semanas después de aprobar una Ley del Suelo y de que siete de sus ministros acudieran al palco del Real Madrid con Florentino Pérez. Una Ley del Suelo que el PP ya anunciado que votará a favor cuando llegue al Congreso. En las cosas importante, en los negocios, el bipartidismo no ha dejado nunca de sostenerse.
El Pedro Sánchez que confesó tener amigos a los que le molestaba el feminismo ruidoso ha intentado en su declaración institucional apelar a las nuevas masculinidades y la salud mental para defender su derecho a mostrar vulnerabilidad. Como concursante de Gran Hermano es imbatible, como presidente del Gobierno no es creíble.
“He decidido seguir con más fuerza”. Y así va a ser. Con más fuerza porque ha neutralizado a Sumar, que le ha convocado manifestaciones estos días de apoyo con la ayuda de Comisiones Obreras, ese sindicato que es capaz de llenar el auditorio Marcelino Camacho para salvar al Pedro Sánchez concursante de Gran Hermano pero que ha sido incapaz de organizar un acto de apoyo a Pablo Iglesias, Irene Montero, Mónica Oltra o Alberto Rodríguez. Todos ellos víctimas del lawfare con Sánchez como agente directo por el uso de la mentira como arma de combate discursivo.
El Pedro Sánchez presidente del Gobierno debería haber pedido perdón hoy en la Moncloa por haber callado cuando a Pablo Iglesias e Irene Montero, su vicepresidente y una ministra de su Gobierno, los fascistas le rodearon su casa durante un año y Marlaska tardó dos meses en enviar a la Guardia Civil. El Sánchez presidente debería haber pedido perdón después de que su partido haya contribuido a la cacería contra Mónica Oltra, que tiene que dimitir porque el PSOE amenaza con echarla como una apestada del Gobierno valenciano.
Pero lo más importante no es el perdón que no ha pedido, sino que no ha hecho examen de conciencia en calidad de presidente del Gobierno. De un señor que tiene la posibilidad de firmar el Boletín Oficial del Estado se hubiera esperado el anuncio de medidas encaminadas a luchar contra el lawfare y no un mensaje a la audiencia de Gran Hermano.
Por ejemplo, una ley de medios que tipifique como delito e inhabilite a aquellos operadores mediáticos que usen la mentira, los bulos y el acoso como materia prima de sus contenidos. Otra ley para distribuir de forma justa, transparente y desconcentrada las ingentes cantidades de dinero que el gobierno gasta en publicidad institucional entre los medios de comunicación.
La reforma de la ley del poder judicial para desbloquear el gobierno de los jueces y que el PP deje de controlar uno de los poderes sobre los que se sustenta la democracia liberal. Y ya, si se pone, una modificación de la carrera judicial para que ser juez o fiscal no sea solo un privilegio para las élites y que es el resultado de tener un poder judicial que es un nido de castas nobiliarias.
Pedro Sánchez lo ha vuelto a hacer. Como en 2019, que hizo campaña con un discurso podemizado para luego intentar hacer vicepresidente a Albert Rivera, lo que provocó una repetición electoral con la intención de doblarle el puso a los morados. El Pedro Sánchez que llegó a liderar el PSOE aupado por Felipe González, para luego cantar La Internacional en los mítines y finalmente decir que no podía dormir por las noches con Pablo Iglesias de vicepresidente, lo ha vuelto a hacer.
Pero esta vez con la ayuda de Sumar, que se ha quedado sin espacio político, que le ha comprado todos los marcos al PSOE y con ello le ha abierto las puertas a la vuelta del bipartidismo por la puerta grande, por la misma puerta por la que salen los concursantes que ganan Gran Hermano antes de ser abrazados en plató por Mercedes Milá.