En el oeste de Estados Unidos existen extensos territorios convertidos en tierra muerta. Lugares tan devastados que resulta imposible que en un futuro cercano puedan desarrollarse en ellos formas de vida que no estén condenadas de antemano a la degradación y la enfermedad. A esos territorios se los viene denominando zonas de sacrificio: espacios de excepción donde el capitalismo depredador y el complejo militar-industrial se han aplicado a fondo y sin límite. Las zonas de sacrificio incluyen terrenos aniquilados por las industrias más contaminantes o la minería a cielo abierto, vertederos gigantes y áreas de pruebas militares.
Las zonas de sacrificio existen porque el funcionamiento del sistema capitalista requiere de territorios que puedan ser infinitamente devastados. Nos tratan de convencer de que es una devastación necesaria, dado que nos libra de otras aún peores (la justificación del sacrificio militar) o garantiza nuestro bienestar económico (la justificación del sacrificio capitalista).
Su creación se retrotrae, en última instancia, al colonialismo, puesto que son los territorios de los otros los que se suelen destruir. No es casual que desde Canadá a Chile se encuentren sobre todo en tierras indígenas: las fronteras de expansión donde todo es permisible.
Las zonas de sacrificio tienen actualmente más vigencia que nunca gracias al auge de la ultraderecha y el capitalismo nihilista (mal llamado capitalismo libertario o anarcocapitalismo). Son zonas de sacrificio todos los territorios desregulados donde reina la destrucción: los yermos tóxicos de la minería a gran escala y la industria pesada, los vertederos del Sur Global, los espacios de tránsito de la migración. Países enteros pueden transformarse hoy en zonas de sacrificio. Argentina es un buen ejemplo de ello: no es casual que "sacrificio" sea la palabra más utilizada para referirse a los planes de Milei –y no necesariamente por parte de sus críticos. Al igual que en el caso de los vertederos tóxicos y los campos de pruebas nucleares, el principio que subyace es el de necesidad: hay que inmolar el país (es decir, a los ciudadanos de las clases medias y populares, a las comunidades indígenas y ecosistemas enteros) para alcanzar un bien mayor.
En el siglo XXI, las zonas de sacrificio han dejado de ser el espacio de excepción para convertirse en la norma del espacio.
Gaza representa en la actualidad la zona de sacrificio por excelencia: un territorio abierto a la devastación total en el que se puede experimentar con nuevas armas, poner en práctica estrategias eliminacionistas (etnocidio, genocidio, ecocidio, hambrunas provocadas), destruir el derecho internacional humanitario, reimponer la censura y jugar a la peor geopolítica. Hemos decidido colectivamente que en ese espacio de excepción los palestinos pueden ser asesinados en masa y sin consecuencias y su tierra transformada en un desierto inhabitable.
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El filósofo Giorgio Agamben utilizó el concepto de homo sacer para referirse a gente como los palestinos hoy: históricamente y desde un punto de vista jurídico, homo sacer era cualquiera que se encontraba más allá de la ley humana y divina, hacia el que no existía responsabilidad alguna y que podía ser infinita e impunemente aniquilado. Agamben defendió que el espacio absoluto de excepción que correspondía al homo sacer en el siglo XX era el campo de concentración o exterminio. Ya no. En el siglo XXI, el espacio absoluto de excepción es la zona de sacrificio.
Como tantas zonas de sacrificio, Gaza es un campo de pruebas, solo que en este caso lo que se pone a prueba es un nuevo orden mundial. Un orden en el que todo, de nuevo, vuelve a estar permitido. Quizá no sea casual que esto suceda en un momento en que la palabra "libertad", pervertida hasta el extremo, se ha elevado a concepto fetiche entre los movimientos populistas y de ultraderecha. Libertad para actuar con impunidad, sin normas legales ni morales.
Lo que sucede en Gaza es una advertencia. Porque cuando la excepción se convierte en regla, no existe lugar seguro. Y la próxima zona de sacrificio nos la podemos encontrar a la puerta de casa.