VÍCTOR SAMPEDRO BLANCO
Catedrático de Comunicación Política en la URJC
Mañana, 11 de marzo, la Asociación 11-M Afectados del Terrorismo se reunirá en la estación de Atocha. Será a las 10:30, junto a las esculturas Día y Noche de Antonio López. Como ocurre desde hace 19 años, los acompañarán los dos sindicatos mayoritarios y la Unión de Actores y Actrices contra la Guerra. La indolencia institucional se traducirá, de nuevo, en ausencias vergonzosas, desplantes vergonzantes y una insidiosa contraprogramación.
Justo enfrente de Atocha, en el Retiro, existe un así llamado "bosque" de olivos y cipreses que, reveladoramente, se dedicó a "los ausentes". A unas gentes imprecisas e indistintas, marcadas solo por la ausencia y el vacío. Los afectados del 11-M lograron rebautizarlo como "el bosque del recuerdo", para rescatar a sus seres queridos de una desmemoria inducida. Hace apenas dos años lograron que se colocase allí una placa referente a los atentados yihadistas de 2004. En ese escenario, concebido como un no lugar, vaciado de sentido, las autoridades han venido celebrando los actos oficiales del 11-M. De forma extemporánea - al margen del calendario - intentan borrar la identidad de los verdugos yihadistas, dando voz a las víctimas de ETA. Y, entre estas, a los portavoces más hostiles con los gobiernos del PSOE y los nacionalismos periféricos.
Las afectadas del 11-M han sido sistemáticamente suplantadas por las víctimas de ETA tergiversando la identidad de sus verdugos. Así su duelo es eterno, imposible de cerrar. Agravado, además, con delitos y crímenes de odio. Porque basta que el yihadismo cobre visibilidad, para que el relato antiterrorista oficial se venga abajo.
No todas las víctimas han sido resultado de la insania de ETA. No todos sus representantes militan en el PP y Vox o congenian con sus líderes. Los miembros de la Asociación 11-M Afectados del Terrorismo no han figurado nunca en lista electoral ninguna ni ocupan cargos en los gobiernos de ninguna formación política. Su renuncia, sin pretenderlo, denuncia a quien recibe sueldos injustificados, recibe cargos de representación y gestión política u otros réditos por su condición de víctima.
En cambio, las víctimas del 11-M prefieren llamarse afectados. Y lo hacen para reclamarse autónomos respecto a sus verdugos. Se niegan a que les impongan una etiqueta que les marque de por vida. Y expresan unos valores constitucionales incontestables, que marcan la línea de flotación de la democracia. Claro que buscan el castigo de sus verdugos, pero sin revancha ni resentimiento. No se arrogan ningún estatus superior. Rehúyen el victimismo que reclama carta blanca.
Mañana, 11 de marzo, la Asociación 11-M Afectados del Terrorismo se reunirá en la estación de Atocha. Será a las 10:30, junto a las esculturas Día y Noche de Antonio López. Como ocurre desde hace 19 años, los acompañarán los dos sindicatos mayoritarios y la Unión de Actores y Actrices contra la Guerra. La indolencia institucional se traducirá, de nuevo, en ausencias vergonzosas, desplantes vergonzantes y una insidiosa contraprogramación.
Justo enfrente de Atocha, en el Retiro, existe un así llamado "bosque" de olivos y cipreses que, reveladoramente, se dedicó a "los ausentes". A unas gentes imprecisas e indistintas, marcadas solo por la ausencia y el vacío. Los afectados del 11-M lograron rebautizarlo como "el bosque del recuerdo", para rescatar a sus seres queridos de una desmemoria inducida. Hace apenas dos años lograron que se colocase allí una placa referente a los atentados yihadistas de 2004. En ese escenario, concebido como un no lugar, vaciado de sentido, las autoridades han venido celebrando los actos oficiales del 11-M. De forma extemporánea - al margen del calendario - intentan borrar la identidad de los verdugos yihadistas, dando voz a las víctimas de ETA. Y, entre estas, a los portavoces más hostiles con los gobiernos del PSOE y los nacionalismos periféricos.
Las afectadas del 11-M han sido sistemáticamente suplantadas por las víctimas de ETA tergiversando la identidad de sus verdugos. Así su duelo es eterno, imposible de cerrar. Agravado, además, con delitos y crímenes de odio. Porque basta que el yihadismo cobre visibilidad, para que el relato antiterrorista oficial se venga abajo.
No todas las víctimas han sido resultado de la insania de ETA. No todos sus representantes militan en el PP y Vox o congenian con sus líderes. Los miembros de la Asociación 11-M Afectados del Terrorismo no han figurado nunca en lista electoral ninguna ni ocupan cargos en los gobiernos de ninguna formación política. Su renuncia, sin pretenderlo, denuncia a quien recibe sueldos injustificados, recibe cargos de representación y gestión política u otros réditos por su condición de víctima.
En cambio, las víctimas del 11-M prefieren llamarse afectados. Y lo hacen para reclamarse autónomos respecto a sus verdugos. Se niegan a que les impongan una etiqueta que les marque de por vida. Y expresan unos valores constitucionales incontestables, que marcan la línea de flotación de la democracia. Claro que buscan el castigo de sus verdugos, pero sin revancha ni resentimiento. No se arrogan ningún estatus superior. Rehúyen el victimismo que reclama carta blanca.
Al no creerse investidos de una autoridad o superioridad moral incuestionable, los afectados del 11-M no incurren en un narcisismo maniqueo. No le disputan el dolor a nadie, ni lo exhiben. En vez de asegurarse privilegios y blindarse con los fuertes, demuestran la fuerza de los débiles. Su talla moral y su ética ciudadana son el antídoto frente a los conspiranoicos, mercaderes de mentiras que nos degradan a nivel personal y público.
Los afectados díscolos, que se niegan a ser instrumento o vocero de otros, son acusados, en cambio, de "estar politizados". La militancia sindical de Pilar Manjón fue considerada un demérito y justificó el menosprecio y desprecio a su persona. Ella, que encarnó a la madre coraje de los asesinados en el 11-M, ha declarado que habría preferido que el verdugo de su hijo Daniel hubiese sido ETA. Su notoriedad pública correría pareja a un reconocimiento y un trato institucional, a una cobertura y a unos cuidados, que han sido escamoteados o negados a los afectados del yihadismo.
Los asesinados el 11-M representan a una de cada dos víctimas mortales por terrorismo en Madrid y a una de cuatro o cinco en toda España. Por si los desplantes y afrentas fueran pocas, ni el Ayuntamiento ni la Comunidad de Madrid les han concedido un local para exponer las obras de arte, regalo de artistas y ciudadanos que así mostraron su solidaridad. Pilar Manjón les llamaba "el abrazo ciudadano". Al menos podremos sentirlo de nuevo en la Universidad Carlos III de Getafe.
El próximo 11 de marzo a las 10:30 los miembros de la Asociación 11-M Afectados del Terrorismo realizarán un via crucis laico. Partirán de Atocha y se trasladarán a la calle Téllez. Por la tarde, el ritual se repetirá en las "estaciones" de Santa Eugenia y el Pozo. Allí muchos fueron mutilados y perdieron las vidas que daban sentido a las suyas. Allí muchas recibieron una mala muerte: a destiempo, inútil y sin sentido. Sin merecer siquiera placas, monumentos dignos de ese nombre y centros de la memoria que denuncien a sus verdugos.
"Todos íbamos en esos trenes". Eso dijimos, hasta que los olvidamos para poder montar de nuevo en "el Cercanías". Pero son nuestros muertos. Todas nosotras, las afectadas. ¿Y si este 11 de marzo desbordamos la Glorieta de Atocha para darles el "abrazo ciudadano" que, según sus testimonios, les redime de tanta afrenta? ¿Compartís este mensaje en vuestras redes? Tal como hicimos hace 20 años. Por favor, copia, pega y viraliza.
"Lo llaman el XX aniversario, ¿y los afectados del 11-M están solos? Este lunes 11 de marzo a las 10:30 en Atocha. Sin partidos y en silencio. Acude a abrazarlos ¡Pásalo!"