El 23 de febrero pasado se producía un hecho que habría asombrado a la mismísima Concepción Arenal. En el Tribunal Superior de Xustiza de Galicia tomaba posesión la promoción número 72 de la carrera judicial destinada en Galicia. La componían catorce personas que, después de superar la carrera de Derecho y unas oposiciones terroríficas, empezarán a trabajar de inmediato en diferentes juzgados del país. Lo inaudito de la situación es que esas catorce personas eran todas mujeres, chicas que posaron para la foto con el presidente del TSXG y el de la sala de lo Social, estos sí, hombres.
En 1842, Arenal se disfrazó de hombre para poder ingresar como oyente en la facultad de Derecho de Madrid. Tras ser descubierta, el rector autorizó que acudiese a la escuela, aunque sometida a un ritual humillante: un familiar acompañaba a doña Concha hasta la puerta del claustro, un bedel la recogía, la trasladaba a un cuarto en el que aguardaba la llegada el profesor de la materia que iba a recibir, entraba con él en el aula y se sentaba apartada del resto de sus compañeros.
Las catorce nuevas juezas gallegas forman parte de un mundo diferente, pero algo las conecta con aquella mujer que en pleno siglo XIX proclamaba «abrid escuelas y se cerrarán cárceles», pero también «tal es la situación de la mujer; abiertos todos los caminos del sentimiento, cerrados todos los de la inteligencia».
El caso de las catorce letradas sublima la certeza de que las carreras profesionales de las mujeres adquieren velocidad cuando su selección depende de pruebas objetivas y no del nombramiento discrecional de entornos que todavía se resisten a cambiar. En el caso de la judicatura, son ya mayoría en España. En el acto del día 23, la jueza Marta Guizán, primera en el escalafón, habló de la fuerza y la perseverancia de las mujeres pero también deseó que esa mayoría «se vea reflejada en los más altos cargos judiciales».