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La violencia vicaria y los niños peones

 


La violencia de género es un fenómeno que, a pesar de contar con múltiples manifestaciones, tiende a ser reducido a una de ellas: la violencia física. Esto puede asociarse a que sus consecuencias tienen un carácter más visible, mientras que puede existir cierta dificultad a la hora de detectar otras también devastadoras, como la violencia psicológica, social, económica, sexual o vicaria. Centrándonos en la última de ellas, a menudo pasada por alto, consideramos que es merecedora de un análisis detallado que facilite comprender su impacto y abordaje.

La violencia vicaria se define como la manipulación ejercida por un agresor sobre las relaciones que la víctima mantiene con otras personas, habitualmente los hijos. Desde la idea de que pueden dejar de ser pareja, pero no progenitores, los agresores tienden a usar a las criaturas como vía de acceso para seguir ejerciendo control sobre la vida de las mujeres.

Este tipo de abuso puede adoptar muchas formas, desde sembrar la discordia entre la víctima y sus seres queridos hasta usar a los niños como peones en una guerra psicológica. Por ejemplo, un agresor puede socavar la autoridad de la víctima como madre, minando su relación con los hijos y generando un ambiente de desconfianza y alienación.

Un aspecto especialmente relevante de la violencia vicaria es su capacidad para causar daño duradero. Las hijas e hijos, que pasan a ser víctimas directas y herramientas de control, pueden experimentar un profundo deterioro en su desarrollo social y psicológico, viéndose afectados sus relaciones interpersonales y creciendo expuestos a patrones de conducta disfuncionales que pueden ser aprendidos y reproducirse en el futuro. Son frecuentes también las situaciones de privación de comunicación o contacto con la madre, triangulación, interrupción de tratamientos médicos y, en los casos más extremos, asesinato. Todo esto genera en las mujeres un sufrimiento psicológico inconmensurable, puesto que se ven sumidas en el temor constante de que algo terrible pueda suceder a sus hijos, miedo que facilita cesiones a las peticiones y manipulaciones del agresor con tal de mantenerlos a salvo.

La violencia vicaria y sus consecuencias se sustentan sobre un sistema que cuestiona a las mujeres y silencia a la infancia, poniendo en riesgo no solo su salud física o psicológica, sino sus propias vidas. Al mirar a otro lado, y no atender la detección, prevención e intervención de esta problemática, estamos abandonando a las mujeres víctimas de violencia de género y a sus hijos e hijas en mano de sus agresores. Démosle su sitio a la voz de las mujeres y la infancia, sus vidas dependen de ello, y para esto es necesaria mucha más sensibilización y concienciación en el ámbito judicial.

Por nuestra experiencia podemos decir que, a día de hoy, después de haber atendido a más de 4.000 mujeres en estos últimos años, muchas de ellas con hijos, no conocemos ningún caso donde un maltratador pueda aportar nada positivo a su prole.