Nada nuevo bajo el sol. Todo suena a viejo, a visto y oído desde tiempo atrás. Hay quien afirma que los rifirrafes de estos días entre y PP y PSOE acusándose mutuamente de corrupción nos retrotraen hasta 2011. Yo creo que no solo hasta 2011: podría resonar también a 2001, o a 1991 -Filesa, Roldán, "ni de Flick ni de Flock", "dos por el precio de uno"-, ¿recuerdan? El divorcio Ábalos-Sánchez mantiene similitudes con el de Felipe-Guerra y, como ocurrió en aquel caso, también tendrá consecuencias. Para las expectativas de su partido y para el futuro político de sus protagonistas, pero no para el renacido bipartidismo.
Que el PP sea un partido corrupto es algo que no sorprende a nadie. Todo el mundo parece aceptar que se trata de algo que forma parte de su ADN, a sus electores ni les preocupa. Cuando eso sucede en el entorno socialista siempre resulta más traumático, pero a pesar de todo sucede igual. Viene ocurriendo así desde que el bipartidismo se instaló en nuestras vidas. Tras el 15M parecía que esto se acababa, y cuando en el Parlamento aparecieron fuerzas políticas nuevas daba la impresión de que el "y tú más" que PP y PSOE usaban para echarse en cara sus corruptelas, esa puesta en escena iba a desaparecer de la vida parlamentaria.
Quisimos creer que ser corruptos iba a resultarles mucho más complicado, pero no. Tras haber conseguido, gracias al lawfare y a la persecución sistemática, reducir a la mínima expresión (de momento) al único partido que se negó a depender de los bancos, que rechazaba las puertas giratorias y nunca tuvo ningún caso de corrupción similar a los de socialistas y populares. Estos dos partidos, que andan por la vida convencidos de ser los únicos dueños del chiringuito, han vuelto a las andadas. El turnismo regresa y, así, el partido que perdió el Gobierno en 2018 tras ser condenado por corrupción y perder una moción de censura anda salivando estos días con ese regalo del destino llamado caso Koldo, caso Ábalos, caso "Soluciones de Gestión" o como se le quiera llamar. 4 MARZO, 2024
Nada nuevo bajo el sol. Todo suena a viejo, a visto y oído desde tiempo atrás. Hay quien afirma que los rifirrafes de estos días entre y PP y PSOE acusándose mutuamente de corrupción nos retrotraen hasta 2011. Yo creo que no solo hasta 2011: podría resonar también a 2001, o a 1991 -Filesa, Roldán, "ni de Flick ni de Flock", "dos por el precio de uno"-, ¿recuerdan? El divorcio Ábalos-Sánchez mantiene similitudes con el de Felipe-Guerra y, como ocurrió en aquel caso, también tendrá consecuencias. Para las expectativas de su partido y para el futuro político de sus protagonistas, pero no para el renacido bipartidismo.
Que el PP sea un partido corrupto es algo que no sorprende a nadie. Todo el mundo parece aceptar que se trata de algo que forma parte de su ADN, a sus electores ni les preocupa. Cuando eso sucede en el entorno socialista siempre resulta más traumático, pero a pesar de todo sucede igual. Viene ocurriendo así desde que el bipartidismo se instaló en nuestras vidas. Tras el 15M parecía que esto se acababa, y cuando en el Parlamento aparecieron fuerzas políticas nuevas daba la impresión de que el "y tú más" que PP y PSOE usaban para echarse en cara sus corruptelas, esa puesta en escena iba a desaparecer de la vida parlamentaria.
Quisimos creer que ser corruptos iba a resultarles mucho más complicado, pero no. Tras haber conseguido, gracias al lawfare y a la persecución sistemática, reducir a la mínima expresión (de momento) al único partido que se negó a depender de los bancos, que rechazaba las puertas giratorias y nunca tuvo ningún caso de corrupción similar a los de socialistas y populares. Estos dos partidos, que andan por la vida convencidos de ser los únicos dueños del chiringuito, han vuelto a las andadas. El turnismo regresa y, así, el partido que perdió el Gobierno en 2018 tras ser condenado por corrupción y perder una moción de censura anda salivando estos días con ese regalo del destino llamado caso Koldo, caso Ábalos, caso "Soluciones de Gestión" o como se le quiera llamar.
Un entramado de órdago a propósito de comisiones por compraventa de mascarillas en tiempos de pandemia que huele más que a podrido y en el que hace falta ser un verdadero especialista para no perderse en el organigrama con tanto nombre y tanto apellido, con familiares de por medio además: que si el hermano y la mujer del tal Koldo García Izaguirre, que si Juan Carlos Cueto, que si Víctor Aldama, José Ángel Escorial o José Luis Rodríguez... guardia civiles por aquí, presidentes de fútbol por allá, hasta un Ferrari embargado. Que nunca falte el tufo hortera en estos sucios tejemanejes.
El bipartidismo ha vuelto por sus fueros con sus inercias y vicios de siempre. Sin duda los escándalos de estos días repercutirán en un Gobierno que, cumplidos ya sus primeros cien días, apenas ha conseguido echar a andar. Como jefe de la oposición, a Núñez Feijóo no se le ha escuchado aún ni una sola propuesta constructiva. Si tiene ideas o iniciativas que exponer las desconocemos, pero él y los suyos sí que cuentan con un amenazante proyecto: un plan de actuación que gira en torno a la monarquía y a la centralización del Estado, un diseño que aspira a alinearse con los vientos derechistas y ultraderechistas que soplan en Europa y en Estados Unidos, ya que Vox parece más desactivado cada día que pasa por mucho que Trump bese y abrace a Santiago Abascal.
Al margen de quien presida el Gobierno (no hay que olvidar que aunque lo de la amnistía no salga adelante Sánchez puede continuar gobernando en minoría y sin presupuestos generales), PP y PSOE trabajan para regresar a la casilla de salida y alternarse de nuevo en el poder sin moscas cojoneras a las que aguantar. Como mucho, volver a noviar con ciertos partidos nacionalistas, que alguno ya demostró también en su día (recordemos el célebre 3 por ciento) sobrada pericia para la corrupción.
Ese es el dibujo, caiga pronto Pedro Sánchez o no. Nada de borrar de las instituciones del Estado cualquier vestigio reaccionario o golpista, que tampoco les ha ido tan mal manteniéndolos en sus puestos desde el 78; nada de cuestionar la institución monárquica, aunque quien la haya encabezado durante décadas hiciera siempre lo que le salía de sus reales antojos con toda la inmunidad y la mayor impunidad.
En resumen, que da igual que lo que está ocurriendo estos días con Koldo, Ábalos y compañía sea el final de este descafeinado Gobierno de coalición o el prólogo de una larga legislatura: tanto en un caso como en otro, el bipartidismo ha vuelto por sus fueros. Por sus peores fueros.