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Carta de amor Xosé Ameixeiras XOSÉ AMEIXEIRAS ARA SOLIS

 



No me acuerdo quién dijo que el amor, la tos y el fuego no se pueden disimular. Es cierto. Siempre es preferible huir de la patria del odio. Sus caminos llevan a los abismos y hay que apartar de ellos. Es mejor escoger el que va a la ermida de San Guillerme de Fisterra, un lugar eterno. Se ha escrito mucho sobre esas ruinas. Algunos apuntan a que allí se asentó el duque de Aquitania en el siglo XI. Ese espacio, que siempre se ha relacionado con ritos fecundativos, fue destruido con el tiempo. Hasta allí se acercaban las parejas estériles para yacer y asegurarse descendencia. Un día de estos, un amigo y yo, ansiosos de escrutar enigmas del pasado, nos acercamos a la que pudo haber sido morada de Guillermo X. Y mi compañero se topó con una carta de amor. Está en inglés y en no muy buen estado. Un joven francés, de cuyo nombre es mejor no acordarse, le escribía enamorado a una chica que esperaba que lo pasase bien en Portugal con su amigo/a. Le decía que, de noche, cuando miraba a las estrellas, pensaba en ella. «Tú eres la estrella de mi Camino», se puede leer. Piensa en ella todos los días de su vida, cuando mira al sol cada mañana. Cuenta que cuando la conoció en Burgos una luz alumbró su corazón. Y recuerda cómo ella le dio su poncho un día que peregrinaban bajo la lluvia. «Me salvaste la vida», indica líneas abajo, al tiempo que afirma que huele su piel y su dolor. «Por las noches, cuando estoy solo y cansado, sonrío al recordar cuando te conocí», pone hacia al final, y la invita a su casa de Niza. Una carta así, leída sobre la inmensidad del Atlántico, ante los últimos pasos de Europa, te reconcilia con un mundo que ha tomado la senda de las bombas y de la muerte.