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Homenaje a la perseverancia de Irene Montero CRISTINA FALLARÁS

 


Es revolucionario, inaudito y a la vez retrata un cambio histórico y lo impulsa. Esto dice la sentencia del caso contra el futbolista Dani Alves: "Debe señalarse que ni que la denunciante haya bailado de manera insinuante, ni que haya acercado sus nalgas al acusado, o que incluso haya podido abrazarse al acusado, puede hacernos suponer que prestaba su consentimiento a todo lo que posteriormente pudiera ocurrir". Y esto otro: "Una persona puede acceder a mantener relaciones hasta cierto punto y no mostrar el consentimiento a seguir, o a no llevar a cabo determinadas conductas sexuales o hacerlo de acuerdo a unas condiciones y no otras". Y más: "Para la existencia de agresión sexual no es preciso que se produzcan lesiones físicas, ni que conste una heroica oposición de la víctima a mantener relaciones sexuales". Y más aún: "Es más, el consentimiento debe prestarse para cada una de las variedades de relaciones sexuales dentro del encuentro sexual, alguien puede estar dispuesto a realizar tocamientos sin que ello suponga que accede a la penetración, o sexo oral pero no vaginal, o sexo vaginal pero no anal, o sexo únicamente con preservativo y no sin este".

Imagino que a las nuevas "teóricas" y "filósofas" del feminismo y el consentimiento les parecerá una sentencia rancia, pero al resto de las mortales, y muy especialmente a las que hemos sufrido alguna agresión sexual, que somos millones en este país, nos parece un prodigio. Todas y cada una de las frases que acabo de reproducir, y muchas otras, resultaban absolutamente inimaginables hace nada. O sea, antes de que se aprobara la ley del solo sí es sí. O sea, antes de que la ex ministra Irene Montero se empeñara —no solo con su cargo, también con su cuerpo— en modificar no ya la legislación, sino el respeto más esencial por el cuerpo de las mujeres. Modificar la sociedad entera.

Vivimos en una época en la que las empresas de comunicación han dejado de tener el monopolio de la información. De tal forma que, de pronto, todo aquello que no fue contado durante las cuatro primeras décadas de nuestra democracia -los crímenes económicos perpetrados por la monarquía, las fosas comunes que siembran el territorio de España, las torturas y asesinatos de la Transición, las violaciones en el seno de la Iglesia, las honras al dictador- ha ido saliendo a la luz. Y, por encima de todo ello, la violencia contra las mujeres, la violencia habitual, universal, en absolutamente todos los ámbitos de nuestra existencia. El movimiento #MeToo en el mundo y el #Cuéntalo en España y Latinoamérica dan buena cuenta de ello. ¿Por qué eso no estaba narrado? Porque a los dueños de la información no les convenía. ¿Y quiénes eran los dueños de la información? Una panda de hombres blancos, ricos y, al menos en lo público, heterosexuales. Los mismos que, ante la mera idea del consentimiento, alzaron la voz, sacaron sus armas afiladas, destrozaron a quienes estaban a la cabeza de tal avance.

Así, hemos aprendido que el patriarcado se construye sobre el silencio. Pero también sabemos que se levanta gracias al olvido. Si no, sería incomprensible que Felipe González tuviera voz después de los GAL, José María Aznar después de los atentados de Atocha y las supuestas "armas de destrucción masiva" e incluso que Suárez tuviera un aeropuerto con su nombre. El silencio, como el olvido, son las armas de los poderosos.

Sin embargo, si algo he aprendido del movimiento feminista es a honrar a las que nos precedieron, a las que, antes que nosotras, dieron los pasos necesarios para que nosotras sigamos dando otros. Y que los demos llevando una existencia menos difícil, menos dolorosa. Por eso me parece tan injusto, e incluso sorprendente, el silencio en el que permanece la figura de Irene Montero a la luz de la sentencia contra Alves. Sobre todo me parece, ay, una victoria del patriarcado más violento, el institucional. También el de los medios de comunicación tradicionales.

Tal fue la saña que emplearon contra la ex ministra y su equipo —quiero recordar aquí especialmente a Vicky Rosell y a Ángela Rodríguez—, tal la inquina, dentro y fuera de los medios, desde los partidos, también los de la izquierda, desde los ámbitos de un supuesto "pensamiento" feminista, tal era el señalamiento, que al acercarte a ellas, al manifestar tu reconocimiento, sentías los filos de sus armas detrás de la nuca, temías cortarte, perder algo, quedar con una fea cicatriz política. Esas son cosas que permanecen.

 perseverancia Celebro la sentencia y bailo de alegría. Celebro la audacia, el tesón y la valentía con las que Irene Montero y todo su equipo del Ministerio de Igualdad la han hecho posible. No daré espacio al olvido. No prestaré oídos a inquinas ni idioteces. Cargo demasiadas vidas al lomo. Quienes hemos sufrido el zarpazo de la agresión sexual, que somos todas, sabemos que todo ha cambiado después de este juicio, que cabe la posibilidad. Lo que no sabemos es por cuánto tiempo, hasta qué punto el silencio y el olvido darán al traste con todo lo logrado.