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¿Amianto en nuestras mentes? David Pintor DAVID PINTOR

 

El amianto o asbesto es un grupo de minerales que se encuentra en la naturaleza y que el ser humano lleva utilizando desde hace miles de años. Asbesto es una palabra que en latín significa incombustible o inextinguible y que hace referencia a unas propiedades del material que lo hacen impermeable y resistente al fuego. Si a esto sumamos la gran maleabilidad y resistencia a los organismos vivos, se entiende la enorme popularidad que alcanzó en el sector de la construcción. En el siglo XIX se empezó a utilizar de manera masiva y se constituyó como un pilar fundamental de la revolución industrial, ayudando a un crecimiento fuerte y constante de la industria. En España fue a finales del siglo XX cuando este material, que adquirió el nombre de la empresa Uralita, se hizo muy popular.

Como todo el mundo sabe ya, esta historia de amor entre la humanidad y el amianto acabó muy mal. Aquel material idílico, prácticamente inalterable y lleno de bondades, se demostró terriblemente tóxico para el ser humano y actualmente está prohibido en numerosos países.

En las últimas semanas varias noticias han llamado mi atención. La primera es que la ciudad de Nueva York ha demandado a varias redes sociales por negligencia y alteración del orden público. Según la acusación, estas redes crean adicción mediante técnicas parecidas a las que se utilizan en la fabricación de máquinas tragaperras, manipulan a los jóvenes y crean efectos no deseables en el desarrollo de su personalidad que conllevan un deterioro masivo de la salud mental. La segunda noticia hacía referencia a la alerta lanzada desde el entorno universitario por la cual a los jóvenes cada vez les cuesta más leer textos complejos y su capacidad de concentración es cada vez más baja, debido al uso excesivo de las redes sociales. La tercera noticia es la dimisión de Geoffrey Hinton, un investigador pionero en IA que trabajaba para Google y que manifestó tras su salida que será difícil prevenir que las herramientas que él mismo ayudó a crear durante las últimas décadas se utilicen con fines nocivos. «Me consuelo con la excusa habitual: si no lo hubiera hecho yo, lo habría hecho otro», afirmó en un ejemplo de siniestro paralelismo con las justificaciones que hicieron en su momento los creadores de la bomba atómica.

No creo que haya que tener miedo a los avances tecnológicos, pues generalmente han permitido que el ser humano alcance un desarrollo increíble en múltiples ámbitos, pero tampoco se puede abrazar incondicionalmente cualquier avance sin tener la suficiente prudencia de estar muy vigilantes a las consecuencias negativas que pueda tener. Redes sociales, inteligencia artificial, salud mental, vigilancia masiva y manipulación de masas son piezas de un puzle que se está resolviendo a una gran velocidad por unas pocas empresas privadas y con un grado de transparencia muy bajo. De que haya un control sobre lo que está pasando puede depender que estas nuevas tecnologías alumbren un futuro próspero, tal y como hizo la invención de la imprenta, o que nos tengamos que arrepentir como en el caso del amianto.