Sionismo no es judaísmo
El judaísmo es una religión compuesta de diferentes orientaciones en su interior y, al igual que otras, sus fieles están diseminados por muchos países. Esto se contrapone con el movimiento político sionista que es “una ideología de apropiación colonial con ropaje milenario”. A través de esta caracterización, distinguimos las posturas antijudías, de las antisionistas y de las antiisraelíes. La primera posición es racista, la segunda anticolonialista y la tercera es semejante a una perspectiva anti Estados Unidos, dado que expresa un genérico rechazo al imperialismo. Pero lo central es registrar que Israel obra en función de las prioridades geopolíticas de aquel país.
El sionismo es un movimiento político, promovido por los judíos en diferentes países europeos. Sus primeros ideólogos se sitúan en la segunda mitad, del siglo XIX, sobre todo en las décadas finales. Su objetivo, instaurar un Estado con un nacionalismo étnico junto con una forma de colonialismo europeo de ultramar. Además, buscó que la identidad judía, religiosa y en parte cultural, se fundiera en una identidad nacional judía moderna, aunque no asumieran un único país de origen, ni una misma lengua, ni cultura, ni costumbres en común, por provenir de lugares diferentes.
Planteaba un renacimiento nacional como alternativa a la persecución sobre los judíos que se daba en varios países. En 1896, Theodor Herzl, periodista austrohúngaro, publicó El Estado judío donde trazó la idea de un “restablecimiento” del Estado judío como solución al “problema judío” en Europa y al antijudaísmo. Allí colocó las bases de cómo establecer dicho Estado, y se dedicó a buscar el apoyo de las potencias mundiales para poder concretarlo. En ese sentido, Herzl en 1896 afirmó:
“Palestina es nuestra inolvidable patria histórica. Tan solo su nombre sería para nuestro pueblo un llamado aglutinador poderosamente emotivo. Para Europa formaríamos parte integrante del baluarte contra el Asia: constituiríamos la vanguardia de la cultura en su lucha contra la barbarie. Como Estado neutral mantendríamos relaciones con toda Europa que, a su vez, tendría que garantizar nuestra existencia.”
El nacionalismo de fines del siglo XIX y Gran Bretaña como potencia mundial garantizaría la promoción del nuevo Estado. Herzl propuso varios lugares para ubicar a los judíos, como Palestina, Uganda o la Argentina:
“¿Palestina o Argentina?¿Se deberá preferir Palestina o Argentina? La Society tomará lo que se le dé y lo que declare la opinión general del pueblo judío. La Society establecerá ambas cosas. La Argentina es uno de los países naturalmente más ricos de la tierra, de una superficie enorme, con escasa población y un clima moderado. La República Argentina tendría el mayor interés en cedernos una parte de su territorio. Naturalmente, la actual infiltración judía ha generado desavenencias; habría que ilustrar a la Argentina sobre la esencial diferencia de la nueva migración judía.”
También ofrecía ser una guardia de honor de los Santos Lugares de la cristiandad, con alguna forma de extraterritorialidad acorde con el derecho internacional.
La meta del proyecto, salvaguardar una fortaleza “blanca” (occidental) en un mundo “negro” (árabe). Esto conlleva implicancias tales como el temor a ser superados en el aspecto demográfico, el racismo, así como también la dicotomía entre lo occidental y lo oriental o islámico, como su opuesto negativo. Junto con ello, en el interior de Israel se produjo otro tipo de diferenciación. Por una parte, los judíos llegaron de países de lengua árabe del norte de África y del Medio Oriente, denominados mizrahim. Este término unificó su significado con el nombre sefaradim –se usa en la actualidad e históricamente refería a los judíos de la Península Ibérica a los que se intentó desarabizar–. Por otra, los asquenazíes, sobre todo europeos, quienes formaron y continúan como élite gobernante.
El sionismo secularizó y nacionalizó el judaísmo, aunque no en su totalidad. Su núcleo de interés era la tierra, ejerce el colonialismo de asentamiento, según su propia versión y la británica. Para cimentar un Estado judío necesitaba generar una infraestructura. Hasta 1918 y luego con la ocupación británica de Palestina, preveían crear un Estado judío allí para escapar de una historia de persecuciones y pogromosen Occidente, y consideraban imposible su asimilación en las sociedades de los países europeos donde residían. De todas maneras, los intereses imperialistas británicos que lo sustentaron y los judíos seguidores de esta política formaban parte de un grupo menor en sus inicios. A su vez, reclamaban lo que pasaron a considerar como su “antigua patria”. Por estas razones, la campaña para el asentamiento estatal en Palestina está asociada al milenarismo cristiano y al colonialismo europeo del siglo XIX.
En el relato nacionalista israelí, una comunidad religiosa se transformó en una comunidad política, a partir de grupos dispersos por todo el mundo y un colectivo definido por la religión y los lazos de sangre, se convirtió en el Estado de Israel. Trataron de presentarlo como entidad homogénea en movimiento a través del tiempo, desde hace milenios a la actualidad. El espacio y la cultura del colectivo son estáticos, dado que los matrimonios, la migración y los conflictos internos modificaron los límites del colectivo. Tal argumento también se utiliza con la Torá, como la fuente de identificación para los judíos. Este libro, considerado sagrado, se exhibió como si fuese una prueba de los derechos nacionales en Canaán en el pasado y de Palestina en el presente. Así como también otorgó a la nación un sentido de orgullo y singularidad como pueblo elegido.
Incluye tendencias variadas y aun contradictorias, desde nacionalistas hasta liberales y socialistas, pero cuya mayoría adhiere a la tesis territorialistas, ligada a la creación de un Estado-nación judío que será el Estado de Israel. Este movimiento político buscó un elemento común para ensamblar una identidad propia, que fue la religión/cultura judía. La finalidad era encontrar un punto de amalgama para el nuevo movimiento, dado que los participantes eran individuos originarios de países muy heterogéneos.
La percepción judía de su identidad religiosa mutó en una identidad nacional. Judíos de diversos países, culturas y lenguas que llegaban a Palestina se fusionaron –con varias dificultades– en una nueva identidad nacional judía, sobre todo a partir del establecimiento del Estado de Israel. Al mismo tiempo, desconocieron la identidad palestina en documentos que consagraban el establecimiento de un “hogar nacional” judío como compromiso británico en su potestad sobre Palestina. Excepto por un breve período ulterior a la emisión del Libro Blanco de 1939, Gran Bretaña permaneció leal a este enfoque dual hasta 1947-1948.
Hasta la actualidad, la naturaleza del Estado israelí se especifica con el retorno de los judíos y el no retorno de los palestinos. Si esa dinámica caducara, su identidad se disolvería. En la sociedad israelí, la participación directa del Estado y del Ministerio de Educación rememoran la Shoah. Se emplaza en un lugar central del discurso público israelí, así como también en su imaginario social.
En la fase anterior a la implantación del Estado de Israel, los judíos se agruparon para el trabajo colectivo en los kibutzim y los moshavim. La diversificación de la economía en Palestina promovió la constitución del sindicato sionista Histadrut, integrado de forma intencional –en contradicción con la ideología socialista precedente– solo con obreros judíos que impulsaron la nacionalización de la economía. En 1929, se creó la Agencia Judía para alentar la inmigración y estructurar la comunidad judía a través de instituciones de autogobierno. En síntesis, a lo largo de cuatro décadas, los sionistas adquirieron tierras, colonizaron asentando a una población significativa pero bastante menor en comparación a la palestina. En primer término, desarrollaron instituciones, organizaciones políticas y sindicales. Y más adelante, comenzaron con la difusión de un hebreo moderno como nueva lengua nacional y se establecieron nuevos mitos –la empresa colonizadora, la modernización y otros–, que fortalecían una nueva conciencia e identidad nacional.
El “Gran Israel” o Eretz Yisrael
En las teorías del Gran Israel intentan legitimar los intentos de judaizar Jerusalén. La percepción de Eretz Yisrael como conjunto total se manifestó en el Movimiento de la Gran Tierra de Israel, una organización laica de élite. La premisa representó dos factores: un concepto territorial y una ideología, cuyo objetivo radicó no solo en conquistar el máximo territorio posible, sino también en el dominio coimperial (con la potencia estadounidense) de la región. Los investigadores israelíes especialistas en estudios bíblicos usufructuaron un repertorio de términos y frases para la región de Palestina y su periferia tales como: “Judea y Samaria son el núcleo central de la nación israelita” principal en 1967; además de “Eretz Yisrael”, “la bíblica Tierra de Israel”, “Gran Israel”, “la Gran Tierra de Israel”, “la tierra donde las tribus israelitas tuvieron sus asentamientos”, “la tierra prometida”, “la tierra de la Biblia” y “la Tierra Santa”.
El término Eretz Yisrael aparece una sola vez en la Torá (Samuel, 1 13:19) y no existe mapa histórico, ni religioso de la extensión y las fronteras de la “Tierra de Israel”. Y aunque hubiese uno, en la época contemporánea no sería fundamento para demandar aquel territorio unos dos mil años después. Pese a esto, a la “Tierra de Israel” y a otras referencias bíblicas se las invistió de connotaciones históricas e ideológicas de un alcance trascendente tanto en la retórica israelí como en la cultura occidental. De acuerdo con esa percepción, las escrituras religiosas proporcionarían a los judíos el título de propiedad que les permitió extenderse por toda la “Tierra de Israel”, eso les concedería una supuesta legitimidad moral para la implantación de su Estado y el colonialismo de asentamiento implementado.
La relación entre las conquistas territoriales israelíes y la Torá se reflejó en un personaje laico como David Ben-Gurión cuando afirmó “que la Biblia constituye el sacrosanto título de propiedad de los ‘judíos’ respecto a Palestina […] con una genealogía de 3.500 años”. En la Torá los mapas no están delimitados, sino que se trata de poblaciones con fronteras difusas y dinámicas, muy diferentes al control ejercido por un Estado-nación moderno. Los límites trazados en los protectorados británicos del siglo XX son los que ambas poblaciones han reclamado.
Los políticos israelíes sostuvieron un doble estándar al enaltecer sus libertades públicas, mientras transgredieron los derechos en Palestina. Se resaltó la tolerancia religiosa del Estado de Israel de carácter confesional y explotó su texto sagrado para refrendar sus ampliaciones territoriales. Los movimientos de colonización como el sionista explotaron la Biblia como documento de legitimación de sus conquistas contra pueblos para los que ese texto no tenía la misma autoridad. La aplicación de la cosmovisión de dicha obra a un pueblo que no la aprehendía como una categoría de autoridad es un ejemplo de imperialismo político y religioso. El general israelí Moshe Dayan, considerado héroe de la guerra de 1967 en su país, manifestó el sueño imperial de un Gran Israel en su libro, A New Map, Other Relationships, en 1969, lo cito textual:
“No hemos abandonado nuestro sueño y no hemos olvidado nuestra lección. Hemos vuelto al monte, a la cuna de nuestro pueblo, a la heredad del Patriarca, la tierra de los Jueces y la fortaleza de la Casa de David. Hemos vuelto a Hebrón (Al-Khalil) y Schem (Nablús), a Belén y Anatot, a Jericó y a los vados del Jordán en Adam Hair.”
El pensamiento imperial israelí conservó su estrategia de “alianza de minorías” para acordar con los grupos minoritarios de la región. Su preferencia en Medio Oriente no era la preeminencia árabe o musulmana, al contrario, pretende una zona de diversidad étnica, religiosa y cultural; evitar la posibilidad del panarabismo o una unión del mundo árabe. Robustecer las diferencias como los persas, los turcos, los kurdos, los judíos y los cristianos maronitas del Líbano; incursionar en los asuntos internos de los países árabes al pactar con dichas minorías étnicas o religiosas. Este pensamiento expansionista discurre en consonancia con la expansión territorial y la expulsión de la mayoría de los palestinos de la Franja de Gaza y Cisjordania.
Los fundadores tanto del sionismo como del Estado de Israel, en su mayoría, desconocían indiferentes a la religión. Sin embargo, posteriormente, usufructuaron los relatos bíblicos como sustento ideológico para obtener apoyo internacional y para intentar legitimar sus colonizaciones ulteriores. En esto ayudó el sentimiento de culpa europea por los crímenes nazis de la Segunda Guerra Mundial. Con posterioridad a 1967, pasó de la aspiración secular sionista herlziana de fundar un “Estado judío” soberano a la misión apocalíptica de redimir la “Gran Tierra de Israel”. El movimiento colonizador del Gush Emunim (el Bloque de los Fieles) representó este cambio progresivo en las ideas, y en las últimas décadas el viraje hacia esas políticas se intensificó.
El problema central radica en que los últimos cambios en las administraciones israelíes no modificaron la postura del “Gran Israel” expansivo, que dirige tres políticas hacia Palestina. Un Master Plan para judaizar Jerusalén, una desarabización. Segundo, un intento por anexar Cisjordania, aquí aparece la cuestión demográfica y de mayoría política, debido a que son casi siete millones de palestinos y de israelíes dentro del territorio que se corresponde con la Palestina del Mandato Británico. Esto se basa en un racismo estructural, semejante a lo visto en el “Black Lives Matter”. Y tercero, se apoya en una política de bloqueo e invasiones recurrentes hacia la Franja de Gaza desde 2006. Mientras tanto, aumentan el cercamiento de los bantustanes y el Muro, los puestos de control y las rutas que confiscan tierra y recursos, al tiempo que se subdivide a los diferentes poblados palestinos en Cisjordania.
En realidad, eso es el último detonante, pero la presión es cotidiana en todos los aspectos de los derechos humanos y está muy lejos de tratarse de un aspecto religioso. Es un factor, pero el político, social, económico, cultural y moral, pero más de opresión diaria es lo que fomenta el caldo de cultivo para una reacción palestina ante tanta violencia. Si ha habido intifadas desencadenadas por esas acciones, pero lo son en un marco de inequidad, de qué se intenta tratar de borrar de los mapas y los diccionarios a los palestinos hace más de un siglo.En el caso palestino en particular, la huelga general mostró una reunificación palestina entre sus diferentes realidades geográficas (Cisjordania, Franja de Gaza, Jerusalén Este, el propio Israel, o los países limítrofes Siria, Jordania y Líbano), que puede marcar un nuevo curso en su sociedad. Aunque habría que ver cómo puede esto resolver una situación, que, con el paso del tiempo, y este es un elemento central, ha empeorado. Eso se evidencia tanto con el crecimiento de las colonias de asentamiento como con la ley israelí de 2018 de un Estado Judío, que busca la supremacía y negar a los palestinos la incorporación a Israel, o los atributos de un Estado propio soberano.
La lucha palestina de género, de clases y nacional
La resistencia palestina tomó influencias estratégicas e ideológicas de los modelos tercermundistas e izquierdistas. Esos movimientos independentistas, de revolución socialista o de intransigencia a la injerencia estadounidense, fueron, en primera instancia, Argelia, luego Vietnam, Cuba y China. Si bien estos países tuvieron el patrón de no ser pro-soviéticos en su totalidad, lo cierto es que se posicionaron en la vereda opuesta a los intereses estadounidenses. Por lo tanto, su perfil estaba más emparentado con la era de la descolonización y el llamado Tercer Mundo. Sin embargo, la OLP explotó todas sus potencialidades políticas y militares, dentro de ciertos límites.
A su vez, el movimiento no contó con paradigmas precedentes que pudieran ser aplicables de forma efectiva a su realidad. Esto significa que dichos modelos no se asemejaban a la situación palestina como para aplicar sus mismos arquetipos de emancipación nacional. La concepción anterior de la meta de independencia –la eliminación de la presencia sionista de Palestina histórica– se reformuló en 1969 con el concepto complementario de un “Estado democrático laico”, que reemplazaría al exclusivista de las administraciones israelíes.
Desde 1967, los palestinos han asociado su lucha con lo acontecido en Vietnam, Argelia, Cuba y el África negra. Esta innovación de la perspectiva se debió tanto al incremento de una conciencia política mundial como a la lucha universal contra el colonialismo y el imperialismo. Lo desmedido de la injerencia de las potencias en la zona, más las disputas generadas por la Guerra Fría –contexto regional y mundial– influyeron en la cuestión de Palestina. Por consiguiente, debemos analizar en qué medida lo ha hecho cada factor. A nivel internacional, los Estados Unidos junto con Israel y, en menor medida Jordania, impugnaron de manera constante que se pudiese establecer un Estado palestino independiente.
El movimiento palestino muestra una diversidad de enfoques y de movimientos dentro del campo político. El imaginario de género predominó en los discursos de los países, así como la nación fue descripta como una mujer. La patria se imaginó como un cuerpo femenino fértil que podría ser objeto de la arbitrariedad de los invasores. Por un lado, las mujeres a través de sus funciones biológicas regeneran el Estado. Por otro lado, los hombres son vistos como fundadores honoríficos de la nación que encaja con el honor de sus mujeres. Los cuerpos femeninos traen al mundo los ciudadanos y engendran la nación. Las madres y viudas llevan la bandera que ha caído en manos de sus hijos y maridos heroicos. Los símbolos de género –los cuerpos, la vestimenta y el proceder de las mujeres– se transformaron en señas sustanciales de las culturas nacionales.
Desde el punto de vista “occidental”, existe la noción de que las mujeres palestinas aparecieron en escena con la denominada primera Intifada. Sin embargo, desde principios del siglo XX, ellas pelearon junto con su pueblo contra la colonización. En la etapa de 1950 a 1989, se produjo el auge del movimiento de las mujeres que derivó en su participación en la rebelión generalizada de 1988-1992.
El Congreso de Mujeres Árabes de 1929 en Jerusalén inició su activismo político en una organización concreta, en el contexto de la lucha nacionalista. La mujer pasó de preservar el tejido social a ser un actor político principal. Desde los sucesos de 1948 y 1967, la sociedad reorganizó los fundamentos de un movimiento popular de resistencia. A partir de eso, el activismo de las mujeres modificó las imágenes de género en las que el varón combatiente era visto como el libertador de la nación y un símbolo central en la construcción del nacionalismo palestino, como puede verse en el poster del anexo. Asimismo, la Unión General de Mujeres Palestinas (GUPW, por su sigla en inglés) fundada en 1965, agrupó a las organizaciones de mujeres. Este organismo trabajó con un doble cometido tanto por los derechos femeninos como por la lucha nacional y la construcción del Estado. Gran cantidad de estudios recientes focalizan en estos aspectos.
La participación en las actividades guerrilleras era la principal fuente de legitimidad política. La fida´i (combatiente) Leila Khaled fue un símbolo de la lucha armada por la liberación de Palestina, integrante del FPLP, apareció en la fotografía5 después del secuestro de un avión en 1969. El anillo en su dedo está hecho de un pasador de granada y una bala. Esta mujer revolucionaria tuvo un perfil notorio como militante palestina y llegó al conocimiento del público internacional en 1969. Como integrante de Septiembre Negro, en ese mismo año participó en el secuestro de un vuelo que desviaron a Damasco; y en 1970, lo hizo en el secuestro múltiple de cuatro aviones, fue detenida y liberada 28 días después en un intercambio de prisioneros.