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Los niños de Gaza: el dolor que dejan las bombas JUAN LUIS MONTERO

 


Toda guerra es un fracaso y una tragedia de consecuencias desgarradoras. No hay explicación posible a las víctimas infantiles en un conflicto armado. Cada niña y cada niño herido, mutilado o fallecido debería ser una pesada losa sobre nuestra conciencia colectiva. Lamentablemente, imágenes icónicas de este drama humanitario no faltan en nuestra historia reciente. Un ejemplo es la fotografía de la niña vietnamita de 9 años Phan Thi Kim Phuc, más conocida como la «Niña del napalm», que en 1972 huye desnuda de un bombardeo. Dolorosa y dramática fue la muerte del niño kurdo Alan Kurdi, de 3 años, hallado en una playa de Turquía en 2015 cuando, huyendo del horror de la guerra en Siria, pretendía alcanzar Europa con su familia en una barca hinchable. La dura imagen de su pequeño cuerpo inerte, entre los brazos de un policía turco, dio la vuelta al mundo y pareció despertar algunas conciencias. No fue más que un espejismo. Cada vez somos más inmunes al dolor ajeno (sobre todo si es lejano).

Las imágenes que nos llegan de Gaza estos días nos muestran a niños rescatados entre los escombros, heridos y angustiados por una violencia demoledora que no comprenden a su corta edad. Los más afortunados llegan aturdidos y temblorosos a los hospitales a la espera de un posible tratamiento, si es que eso es posible. Sus rostros relevan el inmenso horror que están viviendo estos días. Según datos de Unicef, publicados el 24 de octubre, 2360 niños murieron y 5360 sufrieron heridas por los bombardeos en la franja de Gaza, es decir, más de 400 niños muertos o heridos al día. Igualmente deplorable es el secuestro de menores israelíes por parte de Hamás y el asesinato de otros durante los brutales actos terroristas del pasado 7 de octubre.

No debemos reducir este análisis a los fríos datos. Detrás de ellos, hay unos nombres propios y el dolor inconsolable de las familias afectadas. ¿Quién, y en nombre de qué, puede justificar estas terribles cifras que aumentan sin cesar cada día? Los niños no forman parte de la guerra. Los derechos de la infancia no pueden ser ultrajados bajo ningún concepto. He visto en una imagen de televisión, emitida recientemente, un niño gazatí que gritaba desconsolado ante la cámara: ¡Nosotros no hemos hecho nada malo! No es posible esta falta de sensibilidad ante un drama tan desgarrador, que dejará incontables secuelas. ¡No podemos permitir que mueran más niños y niñas gazatíes sin alzar la voz en su defensa! ¡Qué triste ejemplo estamos dando al futuro de la humanidad! ¿Es este el mundo que queremos construir? No se puede vivir en una sociedad deshumanizada, violenta e ignorante. Es más necesario que nunca invertir en la educación de las nuevas generaciones en valores universales, que no entienden de fronteras (físicas o mentales) y que son básicos para edificar un mundo más justo: la tolerancia, el respeto al diferente y la solidaridad humana. La lucha contra las barreras y los extremismos debe partir de la educación libre de hombres y mujeres.

Sobre las ruinas humeantes de Gaza rebrotará la desesperanza, el rencor y el odio. Solo la generosidad, el diálogo, la cesión y el perdón servirán para levantar nuevos cimientos sólidos sobre los que construir una paz verdadera entre israelíes y palestinos, aceptando el legítimo derecho de ambos a poseer una tierra en la que criar libremente a sus hijos. El reconocimiento y el respeto son la base fundamental para alcanzar la concordia mínima, que lleve a la resolución de este conflicto.