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FRONTERAS Desnudadas, humilladas y abusadas: las agresiones sexuales a refugiadas en las puertas de Europa

 Migrantes y solicitantes de asilo denuncian cacheos corporales y genitales por parte de presuntos guardias fronterizos de la Unión Europea en Grecia.



El 29 de junio de 2021, la activista y escritora kurda Meral Şimşek abandonó Turquía. Cruzó el río Evros y grabó un vídeo al amanecer. “Estamos en suelo griego”, decía. Şimşek quería solicitar asilo en Grecia. Pero no lo consiguió.

La policía la detuvo en la pequeña ciudad griega de Ferres junto a su compañera siria, la obligaron a quitarse la ropa, una mujer policía le metió la mano en la vagina y el ano. En plena calle, los otros policías observaban y comentaban. Después de ella, fue el turno de su compañera. Con los mismos guantes de plástico. Cuando los agentes acaban con el registro, las dos mujeres fueron entregadas a un grupo de enmascarados y devueltas a Turquía. “El objetivo era humillarnos”, dice Şimşek. Pese a que los relatos de la escritora kurda no pueden verificarse con claridad de forma independiente, estos coinciden con denuncias similares de otros refugiados y con documentos internos de Frontex que registran supuestos incidentes similares.

En la primavera de 2023, el Comité Europeo para la prevención de la tortura criticó los numerosos abusos y humillaciones que se producen durante las devoluciones ilegales en las fronteras de la UE. Según su 32º Informe, los refugiados son devueltos a través de la frontera “en algunos casos completamente desnudos”.

“Durante los registros corporales y genitales, los hombres no paraban de gritar: ‘¿Volveréis aquí otra vez?’”

La Border Violence Monitoring Network, una coalición de organizaciones no gubernamentales, denuncia prácticas similares. Y en un informe reciente, la organización Médicos Sin Fronteras (MSF) también ha recogido casos en los que refugiados denuncian haber sido obligados a desnudarse, así como a someterse a controles corporales y cacheos genitales por parte de presuntos guardias fronterizos, delante de otros, a veces con los mismos guantes, y de hombres a mujeres.

“Durante los registros corporales y genitales, los hombres no paraban de gritar: ‘¿Volveréis aquí otra vez?’”

El Salto, junto con MediapartKrautreporterAl Jazeera y Diari Ara, ha hablado con supervivientes, abogados, psicólogos y ONG, además de examinar documentos internos de Frontex. La imagen que emerge de los testimonios y documentos revisados apunta a la utilización de métodos de humillación sexualizada por parte de supuestos guardias fronterizos de la Unión Europea en Grecia, con el potencial objetivo de disuadir a las personas migrantes y solicitantes de asilo de entrar en territorio europeo.

“Nos tocaban por todas partes”

Una mañana de mediados de julio, en la isla griega de Corfú. Clémentine Ngono se restriega el sueño en el lavabo. “Turno de noche”, explica. Ngono, que en realidad se llama de otra manera, trabaja en el hotel contiguo durante el verano, como camarera. Con un gesto de la cabeza, invita a pasar al patio: una mesa, dos polvorientas sillas de plástico, las colinas verde oliva de la isla a lo lejos. 

Ngono, de unos veinte años, nació en Camerún. En realidad, En realidad, nunca tuvo intención de venir a Europa, dice. Veía su futuro en su país natal, soñaba con ser médico. Todo cambió cuando tenía diez años. Ngono tenía que irse a vivir con su tío. Ahora era una mujer, decían. Su esposa. Ngono comprendió que la casaban a la fuerza. Poco después empezaron las violaciones.

En la primavera de 2023, el Comité Europeo para la prevención de la tortura criticó los numerosos abusos y humillaciones que se producen durante las devoluciones ilegales en las fronteras de la UE

 Al cabo de un año, Ngono consigue escapar. Más tarde conoce a un nuevo hombre, cristiano. Ella, hija de una familia musulmana, se convierte, se bautiza, quiere empezar una nueva vida. Pero la violencia continúa. Su tío la persigue y la amenaza. El hermano de su pareja la golpea y viola. Alguien prende fuego al taller de carpintería de su marido. Huyen a Turquía.

Ambos pasan seis meses en Estambul. Tienen un hijo. Entonces alguien apuñala a su marido. Poco después de recibir el alta hospitalaria, en la madrugada del 15 de septiembre de 2021, madre, padre e hijo suben a bordo de una lancha neumática gris junto con otras 33 personas cerca de la ciudad turca de Kusadasi. Hacia las siete llegan a la isla de Samos. Las fotos y los datos de localización así lo demuestran.Aproximadamente una hora después de llegar a la isla, la mayoría del grupo es capturado y subido a una lancha rápida de la guardia costera griega, que los libera en mar abierto más tarde ese mismo día. Ngono cuenta con voz entrecortada lo que presumiblemente ocurrió mientras tanto.

“Ahí es donde estábamos sentados”, dice señalando al suelo. El pequeño patio trasero de Corfú es ahora un barco de la Guardia Costera griega, del tipo Lambro 57. En la cubierta, 28 personas acurrucadas, acobardadas e intimidadas.

Hombres enmascarados gritaban y amenazaban al grupo, cuenta Ngongo, obligando a uno por uno a levantarse y desnudarse. Delante de todos. Bajo amenaza de más violencia. Después, uno de los hombres “registró” a los refugiados, incluidos sus genitales. Algunos se negaron, dice Ngono. Los hombres les cortaron la ropa. Ella forma unas tijeras con la mano y se las pasa por la cadera.

“Fue una gran humillación”

Ngono tenía miedo. Cuando llegó su turno, dijo, intentó defenderse. La respuesta de los hombres: burlas y violencia. Amenazaron con más palizas. “Así que me bajé los pantalones”, explica, “no quería, pero tuve que agacharme”. Ngono junta dos dedos y señala su abdomen. “Así me metió la mano en la vagina y en el ano”, dice.

“Nos tocaban por todas partes”, recuerda. Los pechos. El ano. La vagina. Con los mismos guantes de plástico. Durante los registros corporales y genitales, dice, los hombres no paraban de gritar: “¿Volveréis aquí otra vez?”. En el mismo incidente, robaron todos los objetos de valor del grupo: teléfonos móviles, dinero en efectivo, auriculares. Ngono era una de ellas. Llevaba 500 euros escondidos en sus partes íntimas. Cuando acabaron, los hombres abandonaron al grupo en unas islas de rescate del Mediterráneo. La guardia costera turca los rescató.

“Es una forma de humillación y disuasión”, dice Begiazi. Una humillación sexualizada que pretende disuadir a la gente de volver a intentar cruzar la frontera

Ngono no puede quitarse las escenas de la cabeza. Trabajar ayuda, dice. Y tejer. La tranquiliza. En marzo de 2022, presentó una denuncia. El acta de acusación describe los registros corporales y genitales forzados como “extremadamente agresivos” y una violación de su “libertad sexual” y, por tanto, también de su “personalidad”.  En Corfú, Ngono repite varias veces: “Fue una gran humillación”.

“Es una forma de humillación y de disuasión”

Samos, a 633 kilómetros en línea recta de Corfú. Los barcos de la guardia costera griega se mecen en el puerto, Turquía está a la vista. La abogada Ioanna Begiazi abre la puerta de su despacho en el casco antiguo de Vathy. Begiazi recuerda a Ngono. “Acudió a nosotros porque quería hacer algo”, dice. Y eso que el caso de Ngono no era un caso aislado.