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Familiares de gazatíes en España aseguran que el pesimismo recorre la Franja, aún más si cabe, después del acuerdo entre Israel y Hamás.

 

Familiares de gazatíes en España aseguran que el pesimismo recorre la Franja, aún más si cabe, después del acuerdo entre Israel y Hamás.

“La tregua no sirve para solucionar problemas como la escasez de agua potable, alimentos, combustible, gas y electricidad,  ni vamos a poder volver a nuestras casas, ni buscar a nuestros muertos entre los escombros”

“La tregua significa que Israel pospone nuestro asesinato cuatro días”. Suha asegura que este comentario es el más extendido entre su círculo más próximo, en las redes sociales y en las entrevistas que los medios de la zona hacen a la población gazatí. “Al principio pensaban que las familias desplazadas podrían volver a sus casas en la pausa de los bombardeos, al menos para ver como están. Pero ya saben que Israel ha prohibido volver al norte de la Franja y que el ejército israelí permanecerá en las calles con sus tanques. Están todos muy decepcionados con la tregua”. Y precisa que en las redes sociales reflejan su tristeza: “Qué pena, qué vergüenza, la tregua no sirve para nada”. Y lo que más les preocupa es el día a día: “La tregua no sirve para solucionar problemas como la escasez de agua potable, alimentos, combustible, gas y electricidad, ni vamos a poder volver a nuestras casas, ni buscar a nuestros muertos entre los escombros”.

Vivir una guerra en la lejanía

Pero Suha, que tiene a sus tres hermanos, sus sobrinas, sus padres, a sus compañeros de trabajo y a sus amigos de toda la vida en la Franja, con los que habla cada vez que las comunicaciones se lo permiten, no pierde la esperanza de que la tregua sirva para negociar un alto el fuego duradero. “Ahora solo pedimos que pare el genocidio de nuestro pueblo, no importa quién venza o qué destruyeron en la Franja, ni si salen los presos palestinos de las cárceles israelíes, salvar la vida de los que quedan es más importante que todo”, explica Suha. 

Esta mujer palestina, que vive en España con sus tres hijos de 20, 15 y 9 años, ha vivido varias guerras en Gaza hasta que decidió pedir asilo. En 2008, su vivienda fue destruida en un bombardeo israelí con fósforo blanco, material prohibido por las convenciones internacionales cuando se usa contra la población civil. Su vivienda actual ha vuelto a ser destruida en los primeros días de bombardeo en la ciudad de Gaza. 

“Al principio pensaban que las familias desplazadas podrían volver a sus casas en la pausa de los bombardeos, al menos para ver como están. Pero ya saben que Israel ha prohibido volver al norte de la Franja y que el ejército israelí permanecerá en las calles con sus tanques”

 “Ahora que la ciudad de Gaza está ocupada, el ejército dispara con drones a las viviendas que aún quedan en pie. Recuerdo el sonido horrible del vuelo de estos aparatos, cuando los detectábamos nos escondíamos en el pasillo de mi casa, el único lugar aislado del exterior, porque las balas traspasan las ventanas y las paredes. Después nos encontrábamos las balas dentro de la casa”, explica Suha. “También recuerdo el sonido de los tanques, era tan fuerte que estaban a 500 metros de la casa, pero parecía que estaban debajo de las ventanas”. Suha comenta la angustia con la que ella y sus hijos están viviendo esta guerra. Teme por la seguridad de su familia y explica que desde el 7 de octubre no puede dormir y escucha los bombardeos en sus pesadillas. La mejor noticia que Suha puede recibir de su familia es que “todos están vivos”. 

“Ahora solo pedimos que pare el genocidio de nuestro pueblo, no importa quién venza ni si salen los presos palestinos de las cárceles israelíes, salvar la vida de los que quedan es más importante que todo”

Israel lanzó en los primeros días sobre la Franja de Gaza tantas bombas como EE UU en un año en Afganistán. Según el ultimo informe de OCHA (Oficina de la ONU para la Coordinación de Asuntos Humanitarios), más de 1,7 millones de personas, de los 2,3 millones de la población total, se han desplazado de sus hogares, incluidas unas 900.000 personas refugiadas en las instalaciones de la UNRWA. La población se hacina, en la actualidad, en el 35% de un territorio que, antes de la invasión y los desplazamientos forzosos, ya tenía la densidad de población más grande del mundo. Hasta la fecha se cuenta más de 14.800 civiles muertos, 27.000 heridos y más de 3.000 de desaparecidos que están bajo los escombros de los edificios bombardeados según el Ministerio de Salud de Gaza.  

La escasez

Al miedo se le une el hambre. Seba, la hermana de Suha, abandonó la casa de su tío hace una semana y se desplazó, con su marido y la familia de este, a una casa abandonada con techo de asbesto a Rafah, al sur de la Franja. Desde allí escribe: 

“Ahora hay poca comida en los supermercados, no hay agua potable y poca agua para otros usos. La ducha es un lujo. Echamos mucho de menos volver a vivir nuestra vida normal, sin miedo. Ahora salgo todos los días por la mañana a buscar comida en los supermercados, lo que sea. Tengo que darle de comer a mis hijos. Ellos son niños y no pueden aguantar ni aceptar esta situación. El agua está muy salada y contaminada. Los hombres salen para buscar el agua de gente que tienen un pozo por ejemplo. Estamos cansados del bombardeo continuo, de no poder dormir, de la contaminación del agua, de las enfermedades, de la falta de higiene y, sobre todo, de la preocupación por el futuro. No sabemos qué está pasando en la ciudad de Gaza con la invasión terrestre, ni se sabe si podremos volver algún día”. 

Mientras la gente pasa, los soldados repiten por megafonía que no pueden usar sus móviles, que no pueden llevar dinero y que si se les cae algo no pueden agacharse a recogerlo porque en ese caso dispararían

Suha, su hermana, comenta que le resulta inevitable acordarse de su familia cuando come un trozo de pan o bebe un vaso de agua. Hace tiempo que comenzaron las enfermedades debido a las malas condiciones del agua. “Cada vez que hablo con ellos hay un sobrino enfermo”. Y, en ese caso, no pueden ir a los hospitales porque están saturados y son un foco de infección, “se las arreglan con los farmacéuticos, ellos les venden las medicinas apropiadas”, añade. Para disimular el sabor del agua, explica que les ponen azúcar y limón e intentan beber mucho té. Suha asegura que mueren más mujeres y niños que hombres en los bombardeos, porque los hombres están todo el día en la calle buscando bidones de agua, alimentos y leña para hacer la comida. “Exactamente igual que lo hacían mis abuelos y mis bisabuelos, como si no hubiese pasado el tiempo”. Y añade que es un trabajo muy duro y, por eso, se necesitan muchos adultos en las familias que sean capaces de hacerlo para cuidar a niños y mayores.