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EL TERROR DE UNA MIRADA INOCENTE

 


Por 
Humorista, payaso y actor

Las atrocidades que están teniendo lugar estas semanas en la Franja de Gaza a cargo del Ejército Israelí, así como el ataque perpetrado previamente por Hamás el 7 de octubre pasado, son hechos tan bárbaros, brutales y despreciables que deberían ser absolutamente imposibles de aceptar y digerir. Quiero aclarar que esto que digo no es tanto una opinión o una tesis de carácter intelectual, sino una náusea que nace del terror, el asco y la repugnancia que provoca tanta muerte y tanta crueldad.

Tengo la impresión de que no llegamos a ser conscientes de lo que significa lo que está ocurriendo, de que la dimensión alcanzada por los crímenes y la pasividad con la que lo afrontan los gobiernos y las instituciones internacionales, está poniendo en peligro las bases de la convivencia en el mundo. Si unas víctimas son más víctimas que otras, si establecemos rangos en la empatía, si unos merecen más respeto y ayuda, los cimientos que deben regir nuestras relaciones se resquebrajan en favor exclusiva de la ley del más fuerte.

A estas alturas, después de un mes de guerra que se ha cobrado más de 10.000 muertos en ambos bandos, de ellos más de 4.000 niños y niñas, nuestra inacción y nuestra pasividad nos puede estar convirtiendo en cómplices de un genocidio. Una sociedad que no responde al imperio del terror está condenándose a sí misma a ser víctima de la deshumanización y de la sustitución de la empatía por otros vínculos, más ligados a intereses económicos y geoestratégicos que solidarios.

La respuesta de Israel al ataque sufrido está siendo tan desmesurada y tan brutal, que resulta difícil soportar tanto dolor incluso para nosotros, privilegiados occidentales que asistimos al crimen parapetados tras la pantalla de nuestro dispositivo inteligente.

Una cosa es el derecho a defenderse y otra muy distinta multiplicar por mil la Ley del talión y ejecutar a inocentes, sin importar siquiera que sean niñas y niños. Con esta respuesta Israel sencillamente se sitúa al mismo nivel o quizá en alguno superior al que ocupan los terroristas de Hamás.




El terrorismo, según la definición de nuestro diccionario, consiste en la “dominación por el terror” o, en su segunda acepción, en una “sucesión de actos de violencia ejecutados para infundir terror.” Admitiendo, sin ningún género de duda, que Hamás llevó a cabo una despreciable y monstruosa acción terrorista el 7 de octubre, hay que manifestar sin rubor que también el estado de Israel está llevando a cabo practicas terroristas en Gaza desde entonces.

El objetivo de estos ataques, afirman, es acabar con los terroristas de Hamás, pero no se repara para alcanzarlo en la integridad de la población civil gazatí ni en la de los niños y niñas de la franja.

Cada uno de esos niños tiene nombre, historia, padres, hermanos y abuelos si es que no han sido ya exterminados. Dejemos de contemplarlos como piezas de un tablero, como efectos colaterales de un conflicto o como indeseadas consecuencias de lo inevitable. Los niños no son terroristas, señor Netanjahu, pero están sufriendo el terror impuesto por usted a través de un ejército que no se detiene ante su mirada inocente.

La ceguera del Estado de Israel está arrastrándonos a todos hacia la ceguera global ante los derechos humanos, hacia un apagón ético y moral de una sociedad polarizada y rota que va perdiendo la empatía y se refugia en el “no es asunto mío” o en el “qué voy a hacer yo”.

Debemos escapar de esa sensación de imposibilidad de hacer nada, rebelarnos contra quienes quieren convencernos de que la brutalidad indiscriminada es necesaria para conseguir los fines perseguidos.

Cualquier objetivo que pase por encima de la vida de inocentes está pervertido y condenado de antemano. El derecho a defenderse de Israel debería acabar desde el momento en el que el número de niños y niñas muertos no deja de crecer. ¿No se ha derramado ya suficiente sangre de inocentes? ¿Cuántos más han morir para que callen las bombas?

Las acciones de los colectivos humanos están comandadas por personas concretas, y esta tragedia está dictada por alguien tan concreto, definido y localizado como Benjamin Netanjahu.

Él es quien desde hace años está conduciendo el conflicto palestino-israelí, a través de una espiral perversa de intransigencia y violencia extrema, a un lugar de cada vez más difícil solución.

Netanjahu debe ser juzgado como criminal de guerra, al margen de que los asesinos de Hamás también sean juzgados y condenados.

Cuando el destino de un pueblo se decide por terroristas del signo que sea, se hace necesario aplicar el derecho internacional, que dejen de hablar las bombas y empiece a ser tenida en cuenta, como valor fundamental, la mirada inocente de las niñas y los niños.