En la Galerija 11/07/95 de Sarajevo, donde se exhiben los horrores del genocidio de Srebrenica, hay una ilustración donde se puede leer Disunited Nations of Bosnia and Herzegovina [Naciones Desunidas de Bosnia y Herzegovina] en una crítica a la pasividad de la Comunidad Internacional frente a los horrores que los bosniacos sufrieron a manos de las tropas de Slobodan Milosević en 1995.
Una imagen que puede ser fácilmente extrapolable a lo que, durante los últimos setenta años, está sufriendo el pueblo palestino. No es necesario volver a repetir lo que ocurre en la que hace ya tiempo fue calificada como “la mayor cárcel al abierto del mundo”. Pero sí considero necesario llamarlo por su nombre: genocidio. Ante todo lo que está ocurriendo, es preciso recordar cómo ha sido la Comunidad Internacional, a través de su inacción, la que ha permitido, y a veces hasta contribuido, a la ejecución de genocidios y crímenes de lesa humanidad. Porque, como bien dijo el filósofo español Jorge Agustín Nicolás Ruiz de Santayana, quien olvida su historia está condenado a repetirla. Y parece que la Comunidad Internacional olvida muy rápido.
Srebrenica, y Bosnia en general, son un recuerdo a lo que allí ocurrió en los noventa. No voy a describir el por qué de la disolución yugoslava y las guerras que ocasionaron la misma. No creo necesario, en este texto, detallar lo que ocurría en los Balcanes en esta década, pero sí que me voy a parar en dos hechos: el genocidio de Srebrenica y la matanza de Krusha e Madhe. Podría argumentar que elijo estos dos acontecimientos por ser los más fácilmente identificables por el publico general, pero no es así. Los cito porque estos dos eventos que marcaron a las sociedades de Bosnia y Kosovo respectivamente, describen a la perfección la pasividad con la que la Comunidad Internacional ha actuado ante los genocidios y las limpiezas étnicas durante los dos últimos siglos.
Lo que ocurrió en Srebrenica se conoce como “la peor masacre en territorio europeo después de la Segunda Guerra Mundial”
Srebrenica es un municipio al este de Bosnia, donde en 1995 las tropas serbias de Milosevic mataron a más de 8.000 bosniacos (bosnios musulmanes). Lo que ocurrió en Srebrenica se conoce como “la peor masacre en territorio europeo después de la Segunda Guerra Mundial”. Ahora bien, lo que puede conocerse un poco menos, es que cuando las tropas serbias dirigidas por Ratko Mladic entraron en Srebrenica y asesinaron a miles de personas, la zona era considerada como uno de las “nueve áreas seguras” que Naciones Unidas estableció en la zona durante la guerra de Bosnia Herzegovina. Y es que Srebrenica había sido declarada zona desmilitarizada en 1993 y albergaba desde entonces un batallón de la UNPROFOR, las fuerzas de Naciones Unidas que debían velar por el alto el fuego. Para ese entonces, los encargados de salvaguardar la seguridad de las alrededor de 30.000 personas que se refugiaban en esa ciudad, eran el batallón holandés Dutchbat III con unos 400 cascos azules allí presentes. Unos soldados que, como bien condenó La Haya, entregarían 300 bosniacos que se refugiaban en la base de la ONU a las tropas de Mladic. De esta manera, las fuerzas internacionales que debían proteger a todos los que en esa “zona segura” se refugiaban les entregaron a quienes sabían les iban a matar.
La reacción de la comunidad internacional ante tal matanza fue, en un primer momento, tibia. Los principales líderes europeos condenaron la masacre, pero no intervinieron con más tropas. E incluso algunos Estados —como fue el caso de España— fueron reacios a tomar partido por ningún bando.
Srebrenica, así como ningún otro genocidio, no ocurrió de un día para otro. La discriminación al resto de comunidades en Yugoslavia empezaba en 1989 —cuando Milosevic anula los estatutos a las provincias autónomas— y la guerra de Bosnia empezaba en el 1992. En esos años, la limpieza étnica en todas las federaciones de lo que era Yugoslavia no fue silenciosa —y no faltaron quienes no dudaron en contarla y oponerse a ella— pero la Comunidad Internacional para ese entonces no veía necesario actuar. Es, como poco curioso, que aún cuando el Tribunal Penal Internacional para la ex Yugoslavia (TPIY) ya había sido creado en 1993 tampoco pudiese evitar la masacre.
Srebrenica debería haber sido un punto de inflexión para que la Comunidad Internacional se pronunciase, pero si no lo fue Vukovar (Croacia, 1991) o las masacres de Markale (Sarajevo, 1994), eventos que ya dejaron claro lo que estaba ocurriendo en Yugoslavia ¿por qué debía serlo Srebrenica? Para cuando Srebrenica ocurrió, ya se había acuñado y se aplicaba el término ‘genocidio’: Raphael Lemkin estableció este término en 1944 y ya en los juicios de Nuremberg se incluyó en el derecho internacional.
Parecía, para ese entonces, que Srebrenica y lo que un año antes ocurrió en Ruanda —la falta de acción de la Comunidad Internacional en Ruanda también ha sido más que denunciada— cambiaría la acción internacional, o al menos la forma de tratar tales atrocidades. Y es que el Tribunal Penal Internacional para la ex Yugoslavia y el Tribunal Penal Internacional para Ruanda —ambos tribunales ad hoc—, serían los precedentes para que el Estatuto de Roma (1998) estableciese la creación de un tribunal especial que se ocupara de los cuatro crímenes internacionales: genocidio, crímenes de guerra, contra la humanidad y de agresión, lo que le otorgaba a la Comunidad Internacional un marco legal para llamar a las cosas por su nombre.
Todo apuntaba, por fin, a que la Comunidad Internacional se dispondría a reconocer lo que pasaba y que no iba a dejar que tales crímenes se repitiesen. Parecía que los noventa habían enseñado una lección a los Estados y habían sabido cambiar su inacción. Parecía. No fue así; y en Krushe e Madhe, una ciudad al sur de Kosovo, lo sufrieron. A pesar de que el Tribunal para la ex Yugoslavia estaba ya creado y su fiscal jefe, Carla del Ponte, hubiese denunciado ante la ONU informes de más de 11.000 muertos en 529 fosas comunes y lugares de matanza en Kosovo, las tropas serbias entraron en este municipio en 1999 y mataron a más de 200 hombres. Fue tras la limpieza étnica que ya estaba ocurriendo en Kosovo, cuatro años después de Srebrenica, cuando la OTAN decide intervenir bombardeando Belgrado, Novi Sad, Pristina y Podgorica lo que causaría miles de muertes: una respuesta tardía y, obviamente, equivocada.
Ruanda, tan solo un año antes de Srebrenica, también es un claro de reflejo de la responsabilidad de la Comunidad Internacional en lo que allí pasó: el comandante de la Misión de Asistencia de las Naciones Unidas para Ruanda (UNAMIR) mandaba un fax en 1994 al Departamento de Operaciones de Pacificación en la sede de Naciones Unidas de Nueva York donde avisaba de que “en Ruanda se estaba planeando un genocidio”.
El periodista Philip Gourevitch cuenta todos estos hechos en su libro sobre el genocidio de Ruanda Queremos informarles que mañana seremos asesinados con nuestras familias. En una de las páginas de este libro se cuenta cómo, en pleno genocidio de Ruanda y guerra de Bosnia, el entonces Secretario de Naciones Unidas , Kofi Annan, declaraba que “nuestros jefes de campo [refiriéndose a los funcionarios del Cuerpo de Paz de la ONU] ya sea en Somalia o en Bosnia, han sido muy reticentes a la hora de usar la fuerza”.
La historia demuestra que si hay una constante en los genocidios es la pasividad de la Comunidad Internacional. Saber lo que pasó en Ruanda no cambió lo que pasó en Srebrenica, y lo que pasó en Srebrenica tampoco impidió la matanza de Krusha e Madhe. Y nada de esto ha impedido que desde hace setenta años se esté cometiendo un genocidio en Palestina, al que se niegan a calificar como tal.
El Museo de la Memoria y la Tolerancia, organización que busca crear conciencia a través de la memoria histórica, particularmente a partir de los genocidios y otros crímenes, denuncia como ante estas atrocidades “faltó voluntad política y ética humanitaria de la comunidad internacional, que por mucho tiempo eludió el uso del término ‘genocidio’ para referirse a los hechos”. Y ante lo que está ocurriendo en Gaza, falta voluntad política, ética humanitaria y, sobre todo, usar el término genocidio.
Desde que en la últimas semanas Palestina se ha visto aún más asediada que de costumbre —cabe recordar que el colonialismo de Israel sobre los territorios palestinos se inicia con la Nakba en 1948—, en los Balcanes no se han parado de ver similitudes a lo que hace menos de treinta años aquí se sufrió.
“Los términos que están siendo usados para justificar el daño a civiles en Gaza fueron los mismos que usaron los serbo bosnios en el sitio de Sarajevo: ‘no son civiles, todos son terroristas, yihadistas’”
El periodista y activista bosnio, Refik Hodzic, no tardó en reconocer las palabras de Netanyahu: “El mundo entero debería saberlo: Fueron los bárbaros terroristas de Gaza los que atacaron el hospital de Gaza, y no las IDF. Quienes asesinaron brutalmente a nuestros hijos también asesinan a sus propios hijos”. Ante estas declaraciones el periodista afirmaba que “esto es precisamente lo que dijo Radovan Karadzic sobre las masacres de Markale en Sarajevo. Palabra por palabra”. Karadzic fue presidente de la República Srpska del 1992 al 1996, y está condenado por genocidio, crímenes de guerra y otros cargos por el TPIY.
En una entrevista para Al Jazeera, Hodzic, explica que “es muy importante diferenciar ambos contextos y no dibujar paralelismos, pero indudablemente existen puntos comunes muy claros. Por ejemplo, los términos que están siendo usados para justificar el daño a civiles en Gaza fueron los mismos que usaron los serbo bosnios en el sitio de Sarajevo: ‘no son civiles, todos son terroristas, yihadistas’. Todo este lenguaje ya estaba presente entonces en Bosnia. La intención está clara en cada declaración de los comandantes israelíes: la deshumanización”.
La reacciones de la Comunidad Internacional también resuenan similares en los Balcanes. El “derecho a defenderse” de Israel tras el ataque de Hamás pero que se le niega al pueblo palestino, es bien comprendido desde Kosovo; ante la limpieza étnica —así calificada por de Ponte— en Kosovo se creaba el Ejército de Liberación Kosovar (UÇK, por sus siglas en albanés) hoy catalogada como organización terrorista. No voy justificar aquí las acciones del UÇK ni de Hamás, pero para responder a este doble rasero que suele tener la Comunidad Internacional a la hora de juzgar quién puede —y quién no— defenderse, voy a usar las palabras del periodista Antonio Salas en su libro casualmente titulado El Palestino: “No distingo entre la violencia ‘legítima’ que se inflige bajo la bandera de un gobierno legal, y la violencia ‘ilegítima’ de grupos insurgentes. Todas las bombas matan y mutilan igual”. Hamás no es la causa del conflicto sino uno de los síntomas que responde a la ocupación y la limpieza étnica que el gobierno israelí ejerce sobre el pueblo palestino. Así como el UÇK fue la respuesta de los albaneses a limpieza étnica que sufrieron en Kosovo en los noventa.
Llevo años viviendo y aprendiendo en los Balcanes, una zona que aún sufre las consecuencias de atrocidades como Srebrenica o Krusha e Madhe, y en las últimas semanas he visto la empatía en los ojos de mis vecinos ante lo que pasaba en Gaza. Aquí quienes hace veinte años sufrieron una limpieza étnica, vuelven hoy, al mirar a Palestina, a sentir lo que sintieron en los noventa. Asusta pensar que, a pesar de lo cruentas que fueron las atrocidades aquí cometidas, puede que se queden cortas si se comparan con las que las tropas israelíes perpetúan en Gaza. Asusta pensar cómo las comunidades de los Balcanes siguen marcadas por lo que vivieron durante los diez años que duraron los noventa, pero que la comunidad Palestina lo lleva sufriendo más de setenta. El informe del pasado año de Save the Children sobre la situación en la Franja de Gaza demostraba que el 80% de los niños y jóvenes sufren trastornos emocionales.
En los Balcanes quienes hace veinte años sufrieron una limpieza étnica, vuelven hoy, al mirar a Palestina, a sentir lo que sintieron en los noventa
Una colega que lleva años siguiendo las condenas de los crímenes cometidos en los Balcanes se cuestionaba, hace una semana, ante lo que ocurre en Gaza y las reacciones de la Comunidad Internacional, “¿de qué sirve escribir sobre Justicia Transnacional?”. Esta periodista conseguía así describir la frustración de todos aquellos que intentan narrar las realidades sobre el terreno; de aquellos quienes llevan años denunciando lo que ocurre y que se han visto criminalizados por ello —como es el caso de Ilan Pappé. La frustración de ver que nada cambia, y que se vuelve a defender al opresor y a culpar al oprimido, tal como han hecho Ursula Von der Leyen y Joe Biden.
Hay un reflexión en el libro de Gourevitch que describe bien esta dinámica: “Al mirar atrás, las masacres de principios de la década de 1990 pueden verse como simples ensayos generales de lo que los defensores de la supremacía hutu denominaron la ‘solución definitiva’ en 1994. No obstante, no había nada de inevitable en todo aquel horror. […] la vertiginosa progresión del sutil mensaje ‘nosotros contra ellos’. Al fin y al cabo, el genocidio es un ejercicio en la construcción de la comunidad. Un régimen totalitario fuerte necesita que el pueblo esté impregnado de la mentalidad del líder, y si bien puede que el genocidio sea el medio más perverso y ambicioso de conseguir ese objetivo, es también el más integral. De hecho, el genocidio fue el producto del orden, del autoritarismo, de décadas de teoría y de adoctrinamiento político moderno y de uno de los estados más meticulosamente administrados de la historia”. Gourevitch, a través de estas líneas, describe lo que se conoce como las ‘lógicas del genocidio’. Algo que los líderes serbios y hutus supieron usar en los noventa y que Israel lleva décadas aplicando en Palestina.
Refik Hodzic los expone muy claramente, “si tomamos los elementos propios del genocidio, como son matar a miembros de un mismo grupo, causar daño corporal o mental grave a los miembros de tal grupo e infligir deliberadamente las condiciones para provocar tal daño, podemos ver que estos crímenes están siendo claramente cometidos en Gaza” pero como bien recalca el activista “para establecer el crimen de genocidio se necesita la intención”. “Desde nuestra experiencia, por todo lo que he visto en los procesos judiciales que trataron Srebrenica, lo único que puedo decir es que todos los elementos están ahí”, afirma Hodzic.
En los últimos días miles de personas han mostrado su apoyo a Palestina alrededor del mundo. Negando el discurso oficial y la narrativa impuesta, contrariando las declaraciones de sus propios Estados. Millones de ciudadanos han ondeado la bandera palestina y muchos han sufrido las consecuencias de ello, demostrando que la sociedad civil, al contrario que la comunidad internacional, no es indiferente a lo que pasa en Gaza, como tampoco lo fueron Mujeres de Negro o las Madres de Drenica en los Balcanes en los noventa. La sociedad civil sale a defender Palestina, como en su momento salió a defender Srebrenica, demostrando estar en el lado correcto de la historia, mientras la Comunidad Internacional añade Palestina, como en su día hizo con Srebrenica, a su lista de vergüenzas.
“Estamos viendo el fin del marco internacional y de derecho que fue construido tras el final de la Segundo Guerra Mundial, y estamos entrando en una nueva era la cual, para mí, tiene perspectivas aterradoras”. La canción que el cantautor Ismael Serrano dedica a su padre me viene a la cabeza mientras escucho estas últimas frases de la entrevista de Hodzic, a la vez que tropas israelíes entran en Gaza y manifestantes pro Palestina son detenidos en París: “tras tanta barricada y tanto puño en alto, al final de la partida, no pudimos hacer nada. Y es que las hostias siguen cayendo sobre quién habla de más. Y siguen los mismos muertos podridos de crueldad; ahora mueren en Bosnia los que morían en Vietnam”. Reescribo esa última frase en mi cabeza: ahora mueren en Gaza los que