Que las barbaridades sean la norma por parte de esta Unión Europea no debería sorprender tanto. A la par que los líderes firmaban la declaración de Granada, negociaban también otro acuerdo. Ese que desde las páginas de El País llamaron “agridulce”, cuando es racista, asesino y vergonzoso
Esa Unión Europea que firma una “Declaración de Granada” donde señala que “reiteramos la promesa original del proyecto europeo de garantizar la paz, la estabilidad y la prosperidad de nuestros ciudadanos” a la vez que confirman que “tenemos la resolución de asumir una mayor responsabilidad con respecto a nuestra propia seguridad y defensa y de ayudar a Ucrania”. Porque para esta Unión Europea la palabra “guerra” no se resuelve con la palabra “paz”, sino con la palabra “armas”. Porque Josep Borrell no es otra cosa que el mejor portavoz de esa mentalidad que habla de garantizar la paz ahogándola (o disparándole). Porque esa Unión Europea que tiene más de filial otanista en Europa que otra cosa, entiende que la “paz” es también selectiva. De ahí que anuncien que la será ampliada y que dicha “ampliación constituye una inversión geoestratégica en la paz, la seguridad, la estabilidad y la prosperidad”, y que horas más tarde, cuando el fin de semana vemos lo que ocurre entre Palestina, ese territorio ocupado por más de 70 años, e Israel, lo primero que se les ocurre es anunciar que suspenderán las ayudas a los débiles. Decisión que luego tuvieron que cambiar, pero lo realmente alucinante es que haya tenido que haber presión para evitar semejante barbaridad. Lo que resulta demoledor es saber que esa es la primera reacción de una Unión Europea que ha sido completamente canibalizada por la lógica de guerra y que, por lo mismo, ha perdido cualquier norte. Sí, muy bien que España se opusiera a esta barbaridad, pero ¿basta con oponerse a las barbaridades? ¿Cómo es posible que las barbaridades sean la primera reacción en esta región?
Claro, hoy nos dirán que Josep Borrell ha sido muy valiente y muy justo. Que ayer, en la reunión con los 27 ministros de Asuntos Exteriores, se atrevió a señalar por primera vez que Israel comete violaciones al derecho internacional. Y el poder mediático, incluida la progresía mediática, esperará que lo aplaudamos. Nos dirán que Borrell es un héroe derechohumanista, un futuro premio nóbel de la paz, un líder diplomático en tiempos de escalada bélica. No nos dirán que hasta para esto ha hablado con la boca entreabierta, porque la abre sin rubor para llamar “jungla” a los territorios que habitamos fuera de las coordenadas europeas, pero la cierra y casi sólo se atreve a susurrar una frase que no le cuesta nada a nadie y que sigue siendo equidistante como “Israel tiene su derecho a defenderse, pero tiene que ser de acuerdo al derecho internacional y algunas decisiones que está tomando son contrarias a él”. Vaya héroe tienes, Europa.
Porque para esta Unión Europea la palabra “guerra” no se resuelve con la palabra “paz”, sino con la palabra “armas”. Porque Josep Borrell no es otra cosa que el mejor portavoz de esa mentalidad que habla de garantizar la paz ahogándola (o disparándole)
Pero que las barbaridades sean la norma por parte de esta Unión Europea no debería sorprender tanto. A la par que los líderes firmaban la declaración de Granada, negociaban también otro acuerdo. Ese que desde las páginas de El País llamaron “agridulce”, cuando es racista, asesino y vergonzoso. No tiene de dulce ni de agrio, señores de Prisa. Tiene de muerte y nuestras muertes no son dulces. Es un acuerdo lamentable que todavía seguirá su curso para ser aprobado y que encuentra resistencias, pero no para mejorarlo, para ampliar derechos, para disputarle a Giorgia Meloni su decidida apuesta por criminalizar a las ONGs que hacen lo que los estados no hacen al salvar vidas en el Mediterráneo. No. Todo lo contrario. Las resistencias vienen de la extrema derecha. De quienes quieren todavía más mano dura y más muertes. Más criminalización, más deportaciones, más precio que poner sobre las cabezas de quienes no valen nada para esta Unión Europea. Ya lo dijo Úrsula Von Der Leyen, al lado del Presidente Pedro Sánchez: “El año pasado hubo 3,7 millones de migrantes que entraron en Europa de forma legal. Son importantes y les necesitamos más que nunca. Sin embargo, también entraron 350.000 migrantes de forma irregular, según los registros. No podemos permitir que los traficantes de humanos decidan quién entra o no en nuestras fronteras”. Como si un papel “regulatorio” definiera quién tiene derecho a vivir y quién a morir. Como si a los migrantes nos definiera la utilidad que tenemos para esta Unión Europea. No, señora Von Der Leyen, da igual que nos necesite para sus trabajos precarios o para dinamizar su economía o realizar las labores que otros no quieren hacer. Somos personas le seamos útiles o no. ¿Cómo va a ser útil para la humanidad quien cree poder determinar quiénes merecen vivir y quienes merecen volver, no a sus tierras, sino al mediterráneo?
En tiempos de bombas, de miedo y de inhumanidad a flor de piel, hay quien dirá que corresponde sosegarse, serenarse y moderarse. Pero en tiempos de inhumanidad y de legitimación de muertes según dónde hayas nacido, como ocurre con el pueblo palestino, no sé cómo no estamos gritando mucho más fuerte para que la humanidad y la cordura vuelvan a estar en el centro y opacar así las proclamas de esos líderes que hace tan sólo unos días pisaron Granada para demostrar que hay lugares con mucha historia que no merecen ser escenario de estas verguenzas. Y España es uno de esos lugares. La dignidad no cabe en un papel por más firmas de líderes europeos que la suscriban. La dignidad está allá afuera, esperando hacerse multitud.