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El corte de pelo, rechazo a algunos colores... ¿A qué edad los peques pueden darnos pistas de su transexualidad?

 


Beli y Aintzane, madres de Lea y Gorka, cuentan cómo vivieron todo el proceso con sus hijos



Lea tiene 13 años y vive en Bilbao. «Siempre ha sido muy artista. Le gustaba mucho disfrazarse, siempre con vestidos de chicas, por ejemplo de Frozen. Tuvo una temporada que su vestido preferido era uno de sevillana y subía hasta la puerta de la ikastola con él puesto», relata Beli, su madre. Hasta que hace tres años, en plena pandemia, le dijo que era una niña con pene. Algo parecido ocurrió con Gorka, que tiene la misma edad que Lea. Con la tierna edad de dos años, este niño de Apellániz manifestó a sus padres que era un chico con vulva. Estos son solo dos de los múltiples casos de transexualidad infantil que hay en todo el mundo. Los estudios hablan de que se produce en 1 de cada 1.000 nacimientos.

A pesar de que la sociedad asocia la transexualidad a la vida adulta, la realidad es que cada vez son más los pequeños que expresan esta realidad. «Entre los dos y los cuatro años es cuándo se descubre la noción sexual y cuando categorizamos al resto. Es cierto que con solo dos años pueden no ser conscientes del conflicto, pero ya se pueden dar expresiones», explica Bea Sever, sexóloga, responsable de atención en Naizen. Gorka, por ejemplo, siempre lo tuvo muy claro. «Él es muy hablador y siempre lo cuenta todo. Desde pequeño me dijo que él quería ser un chico calvo», asegura Aintzane, su madre. Con Lea pasó algo similiar. «A nadie le extrañó. Es que se veía venir», dice Beli.

Un tema tabú para muchas familias que termina en un dilema para ellas. Acudir a un especialista o no, hacerles caso, afrontar la transición o el miedo de que puedan ser aceptados tal y cómo son... «Es lo más difícil para todas. Esa hija o hijo, que para mí era tan real, nunca ha existido. Siempre ha sido un niño y viceversa. Este duelo es lo que nos dificulta y lo que nos hace siempre agarrarnos a lo que sea con tal de no aceptar que tengo un hijo cuando yo pensaba que tenía una hija o viceversa», dice Sever.

La realidad es que su papel es complicado porque lo único que pueden hacer, según Sever, es acompañarlos. «Al final, lo que decimos siempre es que vamos un paso por detrás». Preguntarles y que respondan libremente son los pasos que suelen dar, siempre asesorados por expertos.

Señales

Captar las señales que lanzan desde pequeños no es algo fácil. Lea, por ejemplo, no se dejaba cortar el pelo. «Teníamos que ir mi hermana y yo para sujetarle las manos y que la peluquera pudiese hacerlo. Era tal sufrimiento que decidimos que lo llevase largo, ya nos daba igual», sostiene Beli. En cambio Gorka tenía otras manías. «No quería vestirse de color rosa. Decía que lo odiaba. Yo siempre le explicaba que los colores no tienen género, pero le daba igual. Ahora, le da igual ponerse una camiseta de ese color», defiende Aintzane. «A veces para expresar su realidad recurren a los estereotipos. Por ejemplo, si yo soy un niño y nadie lo ve, pues yo me fijo en qué hacen los demás y lo llevo al extremo, soy el más bruto, estoy todo el día con el fútbol, etc. Esto nos puede llevar a confundirlo con que el comportamiento de género no normativo porque es más fácil pensar que nuestros hijos o hijas no les gusten esas cosas», asevera Sever.

Los disfraces suelen ser una de las prendas a las que más recurren para hacer mostrar su sentir. «Cuando era la época de 'Frozen' siempre elegía los vestidos de las chicas», explica Beli. «A nosotros en la época de 'Frozen' nos pidió el disfraz de Kristoff, el que iba con el reno. Se lo tuvimos que hacer porque no estaba en ninguna parte», dice Aintzane.

También está el tema del idioma. Las familias que hablan en euskera en su hogar se pueden encontrar con que, de repente, opten por hablar en castellano, porque se remarca el género.

Cambio de mirada

El momento en el que las familias inician el cambio siempre da vértigo. ¿Lograrán encontrar pareja? ¿Sufrirán acoso escolar? Es una reacción humana habitual. «A ver sí que estás un poco con miedo de que alguien les diga algo, pero yo tengo otra hija y siempre digo que con ella también me va a pasar. Puede que con otras cosas, pero lo voy a tener», asevera Aintzane. «Yo cuando se me plantea el tema de la transexualidad infantil, me pregunto ¿esto qué es? Claro, nosotros como referentes teníamos a personajes como La Veneno y se me hacía muy cuesta arriba. Lo que más miedo me daba es que ella no fuese feliz», relata Beli. «La realidad es que estamos ante la primera generación que están teniendo vidas anodinas. Estudian, tienen su cuadrilla, pareja… Eso antes nunca había sucedido», destaca Sever.

Y llega el momento que da más vértigo. El de hacer la transición oficial. Contarle al entorno quiénes son en realidad y que a partir de ahora se refieran a ellos con ese género. Hablar con los psicólogos de las ikastolas, tutores, padres y madres del resto de alumnos… «A nosotros nos ayudó mucho el tutor de Lea. Las semanas antes estuvo hablando de diversidad y respeto y de repente se le ocurrió que Lea escribiese un cuento contando su vida. Pues un día en clase lo leyeron juntos y al final Lea les dijo que esa niña era ella. Yo no pude estar, pero al parecer fue un momento súper emotivo», cuenta Beli. «Gorka aprovechó el cambio de andereño para que todo el mundo le conociese con su nueva identidad. Y, la verdad, es que fue muy bien. Sus compañeros le decían que ya sabían que era un chico porque él se lo decía», explica Aintzane.

El resto del entorno familiar, amigos de los aitas y vecinos también aceptaron estos cambios con normalidad. «Nosotros que vivimos en un pueblo pequeñito yo pensaba que las vecinas de 80 años iban a flipar y al revés. Me decían que les daba igual que se llamase Gorka o de otra manera», dice Aintzane.

Tanto Lea como Gorka ya están con medicación, concretamente con bloqueadores para frenar el desarrollo de las hormonas -testosterona y estrógeno- y que no se produzcan los cambios normales en el cuerpo. Un tema complicado para todas las familias, ya que no deja de ser una medicación. «Yo tenía mucho miedo porque no sabes qué va tomar, pero es verdad que luego te informas un poco con los médicos y te tranquilizas», asevera Aintzane. Ahora ambos, plenamente metidos en la adolescencia, mantienen una vida feliz.