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ME LLAMO SALVADOR

 

La sede del presidente chileno Salvador Allende La Moneda ardiendo tras el bombardeo liderado por Pinochet el 11 de septiembre de 1973. / Imagen de archivo

Este próximo 11 de septiembre se cumplirán 50 años del golpe de Estado cívico-militar que derrocó al gobierno constitucional del expresidente Salvador Allende Gossens. Ocurrió en Chile, un país al sur de Latinoamérica, pero donde los ojos del mundo estaban puestos siguiendo la experiencia de instauración del socialismo por la vía democrática, iniciado en 1970.

En estos cincuenta años nos hemos enfrentado a cara descubierta con el horror más grande que representó la dictadura, con la barbarie, con lo inhumano -o, como dice el sociólogo Manuel Guerrero en su más reciente libro- con la producción de la masacre. Ante esto, casi como un acto de sobrevivencia, seguimos necesitando encontrar algo de vida entre tanta muerte, un resquicio de luz como pequeño y temporal remanso en estas horas aciagas en que el poco apego a la democracia y los discursos negacionistas campean a sus anchas. Así fue como apareció la potencia del nombre encarnada en la figura de Salvador Allende. Porque ese 11 de septiembre de 1973 ni el golpe de Estado, ni la instauración de la dictadura, ni los diecisiete años de atrocidades pudieron borrar esa impronta, esa figura inconmensurable que con su vida y su muerte hace cincuenta años diera al mundo una lección de dignidad y decencia política y moral. Porque un hilo vital se coló y trascendió al gesto insondable del suicidio del expresidente.  Esa molécula de vida está encarnada, entre otros, en su nombre y lo que éste representa en las diversas generaciones de personas que fueron siendo nombradas como él con el paso de los años. Así nació un pequeño proyecto denominado "Me llamo Salvador", a través del cual han testimoniado Salvadores de distintas edades, ocupaciones, contextos y significados asociados al nombre; también madres y padres de niños que todavía en el presente -50 años después- siguen eligiendo este nombre para sus hijos.

En este camino fueron apareciendo diferentes fases de las memorias del nombre asociados a sus respectivos contextos temporales. Así, está la memoria luminosa, la de aquellos niños que nacieron durante la Unidad Popular y recibieron el nombre de Salvador como augurio de un futuro en justicia y dignidad para el pueblo, como Juan Salvador, quien en ese ambiente de efervescencia fue así nombrado en septiembre de 1970: "Mi nombre fue elegido en una asamblea del sindicato de la [Sociedad] Explotadora Tierra del Fuego. En dicha organización mi padre, Armando Miranda, y mi padrino, Jacinto Sánchez, eran dirigentes y se eligió en honor del presidente Salvador Allende". Al consultarle por la recepción que ha tenido dicho nombre en su entorno añade: "he recibido munchos comentarios positivos y recuerdo a un exmiembro de aquel sindicato que se emocionó cuando me contó la historia".

Está también la memoria de la resistencia, representada por esos niños que fueron siendo nombrados Salvador a poco de ocurrido el golpe y durante la dictadura, especialmente en sus primeros años, los más masivos y cruentos en cuanto a represión y atropellos a derechos humanos, en cuyo marco había que tener valor para poner ese nombre a un hijo. Así lo recuerda uno de los entrevistados: "Nací en noviembre de 1973. Mis padres decidieron ponerme el nombre Salvador en homenaje al presidente Salvador Allende que había muerto en La Moneda dos meses antes. Fue un acto de valentía para ese entonces, que recién comenzaba la dictadura militar (...) fue la forma de retribuir que encontraron mis padres a la lucha y sacrificio de ese gran hombre". En una línea muy similar, Emilio Salvador rememora: "Me llamaron Salvador como homenaje al presidente Salvador Allende. Nací cinco años después de golpe de Estado, en medio de la resistencia a la dictadura, y mi nombre, si bien es el segundo, es un acto de rebeldía".

Según datos oficiales, entre el 12 de septiembre de 1973 y el 11 de septiembre de 1975, 886 niños fueron inscritos como Salvador en Chile, ya fuera como primer o segundo nombre.