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Chile. Para un compañero y amigo

 


Por Luis Casado, Politika /Resumen Latinoamericano, 16 de agosto de 2023.

Foto: Ariel Mancilla Ramírez

Cómo dejaros tranquilos, criminales, torturadores, asesinos… Cómo olvidar tanto odio de hienas humanas, esas hienas que sois vosotros… pero… Aunque los pasos toquen mil años este sitio, no borrarán la sangre de los que aquí cayeron…

Tengo 75 años, de los cuales 50 en el exilio. Me dirás que desde el retorno a la “democracia” podía volver. Pero no se rehace una vida a partir de nostalgias. Me pasó como a la Penélope que cantó Joan Manuel Serrat. Lo que encontré no era lo que esperaba, y me quedé… parado en el andén. La dictadura, como dice Horacio, es a la vez un cáncer y la lepra. Yo le agregaría el VIH: quienes se medio curan de eso guardan lacras por el resto de sus vidas. Es el caso de Chile.

Por combatir el fascismo, el inmenso poeta español Miguel Hernández fue encarcelado y murió en prisión en Alicante. Niño campesino, cabrero, no hizo grandes estudios, pero fue un gran lector. Cuando un gran amigo suyo murió muy tempranamente, Miguel Hernández escribió Elegía, el poema que reproduzco aquí, y que es un canto a la amistad.

En este caso es mi homenaje a un compañero y amigo que también murió antes de tiempo: Ariel Mancilla Ramírez. Hijo de un suboficial de la Marina, fue atrapado por los esbirros de la dictadura, torturado, asesinado y desaparecido. No fue el único. Pero yo fui quién le convencí de militar junto a Salvador Allende. Y le echo de menos cada día que pasa, y así ha sido durante 50 años…

Elegía

Yo quiero ser llorando el hortelano

de la tierra que ocupas y estercolas,

compañero del alma, tan temprano.

Alimentando lluvias, caracolas

y órganos mi dolor sin instrumento,

a las desalentadas amapolas

daré tu corazón por alimento.

Tanto dolor se agrupa en mi costado,

que por doler me duele hasta el aliento.

Un manotazo duro, un golpe helado,

un hachazo invisible y homicida,

un empujón brutal te ha derribado.

No hay extensión más grande que mi herida,

lloro mi desventura y sus conjuntos,

y siento más tu muerte que mi vida.

Ando sobre rastrojos de difuntos,

y sin calor de nadie y sin consuelo,

voy de mi corazón a mis asuntos.

Temprano levantó la muerte el vuelo,

temprano madrugó la madrugada,

temprano estás rodando por el suelo.

No perdono a la muerte enamorada,

no perdono a la vida desatenta,

no perdono a la tierra ni a la nada.

En mis manos levanto una tormenta

de piedras, rayos y hachas estridentes,

sedienta de catástrofes y hambrienta.

Quiero escarbar la tierra con los dientes,

quiero apartar la tierra parte a parte

a dentelladas secas y calientes.

Quiero minar la tierra hasta encontrarte

y besarte la noble calavera,

y desamordazarte y regresarte.

Volverás a mi huerto y a mi higuera:

por los altos andamios de las flores,

pajareará tu alma colmenera

de angelicales ceras y labores.

Volverás al arrullo de las rejas,

de los enamorados labradores.

Alegrarás la sombra de mis cejas,

y tu sangre se irá a cada lado,

disputando tu novia y las abejas.

Tu corazón, ya terciopelo ajado,

llama a un campo de almendras espumosas,

mi avariciosa voz de enamorado.

A las aladas almas de las rosas

del almendro de nata te requiero,

que tenemos que hablar de muchas cosas,

compañero del alma, compañero.