Las mal llamadas redes sociales son, en realidad, plataformas que extraen y comercializan el Big Data que generamos al comunicarnos en la Red. Los macrodatos representan el oro y el petróleo del capitalismo digital, comandado por las GAFAM: el oligopolio que forman Google, Apple, Facebook, Amazon y Microsoft. Estas corporaciones acumulan la información (igual a poder) en el también llamado capitalismo de vigilancia.
La industria tecnológica se ha orientado a detectar y analizar nuestros deseos o demandas en tiempo real: mientras usamos nuestros dispositivos, sin ser conscientes de ello ni de su valor. Esta concentración de poder les permite moldear nuestras preferencias y demandas, destacar las más lucrativas para satisfacerlas al mínimo coste y extraer el máximo beneficio. Bajo este modelo económico, un puñado de empresas acumulan el conocimiento de la sociedad y nos emplean, sin remuneración alguna, como mineros de datos y propagandistas de los publicistas que contratan sus servicios.
La desigualdad de conocimiento que sustenta la nueva economía, la acumulación de beneficios privados y la precarización de los trabajadores -nada o poco remunerados- aumentarán de forma inevitable en un futuro inmediato. A lo largo de la próxima década, la inteligencia artificial permitirá que los algoritmos “aprendan” más y más rápido que los ingenieros que los diseñaron. Y la inmensa mayoría de los objetos y dispositivos que empleemos de forma cotidiana estarán conectados a la Red (el llamado “internet de las cosas”).
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A la vista de lo dicho, si dejamos nuestra libertad de comunicación y expresión, el sistema político-informativo en manos de los mercaderes de datos, las GAFAM nos conducen, de forma inevitable, a esas distopías que inundan la ciencia ficción actual. Mundos marcados por la escasez de recursos, al borde o en pleno colapso, donde frente a una reducida aristocracia-plutocracia, los desposeídos lo son porque han perdido el libre albedrío: la autonomía imprescindible para desarrollar proyectos de vida propios y, menos aún, para intervenir en el destino colectivo.
Romper los monopolios digitales y regular su modelo de negocio no pueden ser objetivo único de las fuerzas político-sociales que se autodenominan progresistas, de izquierdas o anticapitalistas. Es una tarea obligada y central a cualquier proyecto que persiga la sostenibilidad de nuestras economías y democracias. O las reformamos para que la generación de conocimiento y riqueza se realice de forma distribuida o el colapso está asegurado; tanto a nivel político como económico.
La nueva Guerra Fría que marcará el siglo XXI contrapone dos modelos político-económicos que, asumiendo el capitalismo de vigilancia, centralizan el poder en el Estado (China) o en las corporaciones tecnológicas (EE.UU.) En ambos modelos, la población pierde el control y cede su destino al arbitrio del Partido Comunista Chino o de Silicon Valley.
Resulta, por tanto, inaplazable abrir el debate y alcanzar un consenso generalizado y transversal para regular la tecnología digital y distribuir su control socialmente. La inteligencia artificial no puede ser patrimonio de los estados ni de las corporaciones, actores que, además, actúan en comandita a ambos lados del nuevo telón de acero digital. A un lado, se sitúan las GAFAM y los TUNA (Tesla, Uber, Netflix y Airbnb). Del otro, los BATX (Baidu = Google, Alibaba = Amazon, Tencent - Wechat = Facebook, Xiaomi = Apple), que cuentan con más de 730 millones de usuarios en China, el doble de la población de EE.UU.
Necesitamos, pues, rediseñar las instituciones democráticas y el modelo de desarrollo económico que, por otra parte, parece ser el mismo para las elites asiáticas y occidentales. La COVID-19 ha supuesto un aceleracionismo y un solucionismo tecnológico: la población mundial se ha visto confinada en sus domicilios y en las pantallas que prometen solventar los retos futuros en todos nuestros planos vitales. Pero la “nueva normalidad” apunta a que el confinamiento físico se complementa con otro confinamiento digital, donde las libertades que se recortan en las calles se complementan con las que se aplican a las pantallas.
Sobre o autor:
Víctor Sampedro é Catedrático de Comunicación Política e Opinión Pública. Desde hai máis de dúas décadas investiga e publica sobre teoría da democracia e medios de comunicación, tamén sobre o impacto da tecnoloxía dixital.