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BRUTALIDAD E INJUSTICIA: LA NOCHE DEL MARISCADOR

 

Por Rafael Pillado, en Diario de Ferrol, 23.11.2014

Octubre, ocho y media p.m., noche cerrada; una hora más tarde, bajamar. Antonio y sus compañeros se aproximan a la ribera, tras asegurarse de que no hay “moros” en la costa. Antonio, enfundado en su traje de neopreno y provisto de los instrumentos propios del mariscador “a pie”, se sentía nervioso, tenso. El día anterior habían sido acosados y perseguidos, con una saña que ya quisiera para los grandes corruptos que arruinan el país impunemente. Cada día era una aventura, un riesgo cierto de acabar detenidos y tratados como peligrosos delincuentes. “¿Qué pasará hoy?”, se preguntaba.

Pese a todo, con los otros mariscadores sin carné –pero con familias a su cargo–, decidió introducirse en el mar, pendiente de pisar suelo firme, alejado de las trampas de lodo que acechaban como minas sembradas en un campo plagado. Cualquier pisada en falso podría suponer quedarse clavado en ese fango pestilente y opresivo y regresar a casa con las manos vacías.
Observaba también a sus compañeros que como él, se afanaban en el esfuerzo de recolección marisquera, descuidando incluso la vigilancia preventiva. Las linternas necesarias para distinguir las almejas, titilaban aquí y allá como luciérnagas, delatando su presencia en el desierto húmedo de la bajamar entre tinieblas.

Cuando ya llevaban una hora de tarea, de improviso, sin casi percatarse, apareció veloz una embarcación que casi se lo lleva por delante. No le pasó por encima de casualidad, con el riesgo de muerte que eso suponía.

Se apagaron las linternas, de repente. Se produjo una marea humana en desbandada.
Antonio intentó escapar, protegiendo su raño, capazo, flotador y almejas arrancadas al suelo cenagoso; sin instrumentos de trabajo, el ganarse el pan se convierte en un “más difícil todavía”. Por desgracia, había reaccionado demasiado tarde. Su agitada respiración se cortó bruscamente. Su cuello estaba prisionero de un largo bichero que, tras darle un fuerte golpe que casi le arranca la cabeza de cuajo, le inmoviliza y  deja sin aliento.

Cinco minutos después se encuentra subido a la zodiac policial. Le amenazan con golpes si pretende escapar. Luego, allí pasa lo de siempre: la requisa de sus herramientas de trabajo. Pero no solo eso: como se ve en los reportajes de la tele sobre los métodos empleados por la CIA en sus cárceles secretas, será obligado a desnudarse, antes de proceder a los interrogatorios, para ablandar su resistencia. Este método, se les practicó indistintamente a hombres y mujeres, e incluso, en ocasiones, a unos y otras juntos, por “mejorar” el efecto disuasorio.

Le entregaron luego una ropa de aguas como medio para cubrir su cuerpo, cuando ya le habían arrebatado la dignidad, el pudor, el sentirse sujeto de derecho, amparado por las leyes de una Constitución que tanto nombran los mismos que ahora la vulneran aplicando a los detenidos semejantes torturas sicológicas.

Al final, le dejaron marchar. Se había librado, por una vez,  de la larga porra de antidisturbios y de las pelotas de goma como aquellas que en Melilla se dispararon en el mar, causando muertes. Pensaba que hoy había tenido suerte y se había librado de las hélices de la embarcación que le envistiera. Incluso, el haber trabajado solo una hora (se llega a estar en el mar tres y más horas), hacía que estuviese de buen humor y superase el intenso frío que cada día les acompaña. En todo caso, le carcomía la idea de llegar a casa sin los recursos que su familia necesita. ¿Y si le multan? Entonces aún peor…¿Cómo reunir el dinero necesario sin quitarle a sus hijos el plato de la mesa…?
Con solo el peso de su piel de plástico, se encontró con los mariscadores dispersos tras la persecución por parte de la policía. Juntos caminaron hacia Caranza, mientras otros lo hacían en distintas direcciones. Durante el viaje de regreso al hogar, tuvo tiempo para pensar en su propia situación, no muy diferente de la del resto de sus compañeros: en paro durante años, él y toda la familia (más del 30% de paro en la comarca), con la construcción naval en proceso de liquidación, sin salidas de ninguna clase, cuando intentaban escapar del hambre y la miseria, se veían criminalizados, presentados con el nombre infamante de “furtivos”.

Se afirmaba paso a paso en la idea de ser un trabajador del mar, mariscador sin carné, que exige reconocimiento y vida digna. Y se juraba entre dientes que nunca le empujarían a robar; pero que no lo sacarán del mar, donde ha encontrado lo que puede ser su última y legítima esperanza de una vida digna.

Mientras esto sucede y es conocido, los titulares de las instituciones miran a otro lado, escapando a su responsabilidad de solucionar problemas colectivos e individuales.

Estos mariscadores son conscientes de su situación; no pretenden dañar los no menos legítimos derechos de sus compañeros a flote, pero tienen el derecho (y el deber) de vivir y luchar en una sociedad que los respete y busque una salida a su tragedia.

Existen más de 900.000 metros cuadrados de rivera para el marisqueo a pie, con un solo carné tramitado. La Cofradía tiene dificultades para subsistir económicamente; Antonio y sus compañeros pueden contribuir a solucionar el problema, aportando su trabajo diario. Saben, además, que su esfuerzo contribuye a regenerar zonas muertas.

Y evidencian que, con su trabajo legalizado, se garantiza plenamente un producto saneado. Rechazan y denuncian el brutal tratamiento policial, un insensato cúmulo de ilegalidades manifiestas.
La sociedad tiene que protegerlos, con la misma fuerza y convicción que al resto de parados de nuestro entorno.

Rafael Pillado é Vicepresidente  da Asociación Cultural Fuco Buxán