Los relieves y grafitis también reflejan la presencia de jóvenes prostitutos en los lupanares. Rubén Montoya narra en un libro la historia de la antigua ciudad romana a partir de sus objetos.
Penes por aquí y por allá, pintados o esculpidos en piedra, en las paredes y en las calles. Señales que indicaban dónde se encontraban los burdeles en Pompeya, pese a que hoy solo queda el testigo del Lupanar Grande, repleto de imágenes y grafitis eróticos presididos por una representación del dios Príapo. Esas pintadas, obra de los hombres que frecuentaban el local, evidencian que las personas obligadas a ejercer la prostitución eran esclavas, aunque una quinta parte eran "mujeres libres", entre comillas, porque "serían tan pobres que dependían del negocio del cuerpo —y de la explotación que conllevaba— para ganarse la vida".
También había prostitutos —jóvenes y esclavos— que ofrecían sus servicios a hombres y debían acicalarse para mostrar una apariencia juvenil y afeminada, si bien sus huellas no son tanto iconográficas como literarias, como reflejan las inscripciones "Verás quién llora por Africano", las ambiguas "Plácido se folló a quien él quiere" y "Escordopordónico aquí folló bien a quien quiere" o las explícitas "Quiero follarme un culo" y "Cuando me pagues, Batacaro, te penetraré analmente", pues el verbo pedicare significa precisamente eso, mientras que futuere alude a la penetración vaginal.
Penes por aquí y por allá, pintados o esculpidos en piedra, en las paredes y en las calles. Señales que indicaban dónde se encontraban los burdeles en Pompeya, pese a que hoy solo queda el testigo del Lupanar Grande, repleto de imágenes y grafitis eróticos presididos por una representación del dios Príapo. Esas pintadas, obra de los hombres que frecuentaban el local, evidencian que las personas obligadas a ejercer la prostitución eran esclavas, aunque una quinta parte eran "mujeres libres", entre comillas, porque "serían tan pobres que dependían del negocio del cuerpo —y de la explotación que conllevaba— para ganarse la vida".
También había prostitutos —jóvenes y esclavos— que ofrecían sus servicios a hombres y debían acicalarse para mostrar una apariencia juvenil y afeminada, si bien sus huellas no son tanto iconográficas como literarias, como reflejan las inscripciones "Verás quién llora por Africano", las ambiguas "Plácido se folló a quien él quiere" y "Escordopordónico aquí folló bien a quien quiere" o las explícitas "Quiero follarme un culo" y "Cuando me pagues, Batacaro, te penetraré analmente", pues el verbo pedicare significa precisamente eso, mientras que futuere alude a la penetración vaginal.
Son suposiciones", deja claro Rubén Montoya, doctor en Arqueología Romana por la Universidad de Leicester. "Hay espacios donde se podría haber ejercido la prostitución, porque se han hallado estancias pequeñas con camas y baños individuales cercanos a las termas, pero son teorías, al igual que la de las casas particulares. No debemos forzar la evidencia, porque algunas escenas sexuales podrían remitir a una moda de la época, lo que sería un bodegón actual", explica a Público el autor del libro. "Por ello, podemos decir con certeza que el único prostíbulo confirmado es el Lupanar Grande, cuya planta superior, derruida, podría haber sido habilitada como apartamento, hospedaje o prostíbulo para clientes exclusivos".
Rubén Montoya narra la historia de Pompeya a través de cien objetos. Uno de ellos, el relieve con una escena sexual procedente de un bar pompeyano, le da pie para describir el sexo y la prostitución en la ciudad romana. "Esa imagen nos da la clave de que iba más allá del lupanar y de que alguna mesonera también podría ofrecer servicios sexuales", razona el arqueólogo, quien asegura que "en la misma habitación se encontró otra escena de carácter sexual que fue destrozada porque escandalizó a los excavadores". Una destrucción que recuerda a los Príapos castrados por el catolicismo.
"La prostitución era un instrumento al alcance de los hombres libres para canalizar sus deseos y mantener así el orden de la familia y el respeto a las mujeres y a la paternidad", escribe Rubén Montoya en Pompeya. Una ciudad romana en 100 objetos (Crítica), donde reproduce lo que le dijo Catón el Viejo a un joven que salía de un burdel: "Bien hecho, señor, porque tan pronto como la lujuria inmunda hincha las venas, es bueno que los jóvenes vengáis aquí y no machaquéis a las esposas de otros hombres". En cambio, ejercer la prostitución y hacer negocio a costa de personas explotadas no estaba bien visto, mientras que "los clientes no experimentaban ningún tipo de consecuencia".
Era, sin embargo, una práctica generalizada y legal. Y, aunque a ojos de hoy podríamos reprochar la doble moral de las clases privilegiadas, entonces no estaba mal visto que un hombre casado mantuviese relaciones sexuales con su esclava. Algunos frescos también evidencian cómo las élites contrataban a prostitutas para que acudiesen a las fiestas que celebraban en sus casas, decoradas con imágenes eróticas y provistas de mirillas en las paredes para los voyeurs de la época. Un grafiti en la entrada de la Casa de los Vettii y una escena sexual en una habitación recóndita podría sugerir que en algunos hogares también podrían ser usados como lupanares.