Pedro Barragán
Por Pedro Barragán
Economista y asesor de la Fundación Cátedra China
Durante el siglo XIX los movimientos sociales y el pensamiento marxista se levantaron contra el capitalismo enarbolando la bandera del socialismo y del progreso, pero no sería hasta el siglo XX en que las primeras revoluciones fructificaran en el gobierno de diferentes países. Lógicamente, estas revoluciones se produjeron en los eslabones más débiles de la cadena capitalista. Y a la debilidad de estos países se sumó el acoso político y sobre todo económico de los países capitalistas avanzados. El resultado en la segunda mitad del siglo pasado se hizo dramáticamente patente en Europa: países socialistas que quedaban retrasados en el desarrollo económico capitaneado por Occidente, que se cerraban para protegerse y que finalmente colapsaron. Pero mientras esto ocurría en Europa, en Asia el socialismo tomó un camino diferente y países como China o Vietnam han vuelto a reescribir el camino de la emancipación de la humanidad.
El cambio social, la emancipación de la humanidad, no es repartir equitativamente la miseria sino generar un progreso que permita satisfacer las necesidades tanto individuales como sociales de la humanidad. Y el reto del socialismo es demostrar ser el mejor sistema para satisfacer estas necesidades, además de repartir los resultados del progreso de una forma más justa.La revolución que se está produciendo en China en los últimos 45 años, no solo es espectacular en los resultados que está generando sin parangón en la historia de la humanidad, sino que también está demostrando dos cosas: la primera, que es el mejor sistema político y económico para sacar a los países del Sur Global de la miseria y llevarlos a una sociedad de progreso; y la segunda, que es el mejor sistema político y económico para impulsar los derechos humanos en la sociedad y el más eficaz para generar el progreso humano y la revolución tecnológica, habiendo aventajado tanto en una cosa como en la otra al imperio norteamericano que ya ha iniciado su declive. Estamos asistiendo a un cambio histórico en el que el Occidente capitalista ha entrado en crisis y los países del Sur Global, con China a la cabeza, se están empoderando y empezando a salir de la pobreza fuera del esquema capitalista que tan solo les permite un papel subalterno.
Algunos resultados de la revolución china
En estos 45 años, China ha logrado avances sin precedentes en todos los indicadores clave de desarrollo. Ha sacado a más de 800 millones de personas de la pobreza extrema, ha construido la red de trenes de alta velocidad más extensa del mundo (46.000 km frente a 10.000 en el resto del mundo), y ha creado ciudades enteras con infraestructuras de primer nivel. Su PIB per cápita se ha multiplicado exponencialmente y la esperanza de vida ha aumentado de manera sostenida (en 2024 la esperanza de vida de china ha sobrepasado ya a la norteamericana). En ciencia y tecnología, ha alcanzado la vanguardia en sectores como la inteligencia artificial, la energía solar, el 5G y tiene en marcha un avanzado programa de exploración espacial. El 46,2 % de las patentes que se registran en el mundo proceden de China (y el 48,6 % de las marcas y el 58,1 % de los diseños industriales registrados del mundo) (datos de 2023). A esto se suma una industrialización sin precedentes que ha hecho del país la fábrica del mundo, la población china representa el 18 % de la población mundial, pero produce más del 50 % del acero mundial, del cemento, de toda la industria naval, de los coches eléctricos, de los paneles solares, de las turbinas eólicas, de las baterías, uno de cada tres coches en el mundo se fabrican en China, tiene el más moderno y productivo ecosistema industrial y el más completo a nivel mundial con capacidad de fabricar cualquier elemento con calidad y costos competitivos. Este ascenso de China se observa en la evolución del PIB en paridad de poder adquisitivo (ppa) que ha pasado de ser el 6,4 % del PIB mundial en 2000 a ser el 19,1 % en 2024, mientras que estos mismos datos muestran el declive estadounidense que ha pasado de representar el 19,8 % en el 2000 al 14,7 % en 2024 (un 23 % por debajo de China). Y, por añadir sólo un dato más, China está hoy revolucionando la lucha contra el cambio climático a nivel mundial.Pero lo más notable de todo esto no son las gigantescas cifras económicas sino que se ha logrado en un tiempo récord e impulsado por un modelo socialista que coloca a las personas en el centro y que ha roto con el mito de que solo el capitalismo era capaz de situarse a la cabeza del progreso. El desarrollo económico chino se reinvierte en los trabajadores y esta reinversión hace que la sociedad se desarrolle y recualifique, generando y ampliando un mayor impulso económico. Gracias al progreso de los derechos sociales, hoy la sociedad china es, sin duda, la mejor cualificada en el mundo para el desarrollo económico y para la implementación económica y social de la revolución tecnológica en curso.
Un modelo para sacar al Sur Global de su situación
La experiencia china de las últimas décadas demuestra que el sistema político y económico más eficaz para sacar a los países del Sur Global de la miseria no es una copia voluntariosa de los modelos capitalistas occidentales, que históricamente han relegado a esas naciones a un papel periférico y dependiente. Por el contrario, el camino más exitoso ha sido el de un socialismo adaptado a las condiciones nacionales, capaz de planificar el desarrollo a largo plazo, orientar los recursos hacia los sectores estratégicos y, al mismo tiempo, insertar al país en la economía mundial desde una posición de soberanía. La clave está en que este modelo no parte de la lógica de la acumulación privada capitalista sin límites, sino de una estrategia nacional de desarrollo donde el Estado desempeña un papel dirigente para garantizar educación, sanidad, infraestructuras y oportunidades de ascenso social a amplias capas de la población. China ha demostrado que la combinación de planificación socialista con mecanismos de mercado regulados es la vía más rápida y efectiva para romper el círculo de pobreza, dependencia y subdesarrollo al que el neoliberalismo ha relegado a los países del Sur Global.
Los derechos humanos como generadores del progreso humano
La clave del éxito de la revolución china está en la fortaleza de los derechos sociales, que han empoderado a la sociedad y posibilitado su desarrollo económico. El derecho a la alimentación, a la vivienda, al trabajo digno, a la salud, a la educación, a la participación en los frutos del progreso tecnológico, han creado una sociedad potente (el 59,6 % de los jóvenes acceden a la universidad, frente al objetivo de la Unión Europea de alcanzar el 45 %, por ejemplo) y capaz de desarrollar en todos los rincones y en toda la economía la revolución tecnológica actual. La mejora constante de los derechos sociales ha generado en China la mayor clase media mundial, que alcanza al 65 % de la sociedad frente al 18 % de la clase baja, cifras que contrastan con las de India con el 22 % de clase media y el 75 % de clase baja (prácticamente la situación inversa), o frente a la media mundial con el 32 % de clase media y el 55 % de clase baja.
La incuestionable fortaleza de los derechos sociales en China (educación, sanidad, salarios, pensiones, etc.) ha llevado a las campañas recurrentes de Occidente para desprestigiar a este país a acusarla de colocar los derechos civiles y políticos individuales en un segundo plano. Los derechos de reunión, manifestación y expresión están garantizados por la Constitución. Todos los cargos de gobierno en todos los niveles del Estado son electos o nombrados por los parlamentos (asambleas populares). La participación se organiza en torno a los más de tres millones de diputados electos en las asambleas populares y a través de las múltiples y habituales formas de democracia popular consultiva existentes. Son nueve los partidos con representación parlamentaria en las asambleas populares y la mayoría de cada uno de ellos cuenta con cientos de miles de militantes.
El Partido Comunista Chino es el motor de toda esta estructura política y económica y el garante de su continuidad. Juega un papel similar en la sociedad socialista al que juega la combinación Partido Demócrata/Partido Republicano como garantes del capitalismo en la sociedad estadounidense. Estos dos partidos que defienden una política neoliberal similar se llevan alternando dos siglos en el poder impidiendo la posibilidad de otra alternativa mediante la mercantilización de las elecciones y el control de los medios de comunicación; y cuando esto no ha sido posible han recurrido a la violencia y el asesinato. El Partido Comunista Chino es el partido de los trabajadores que lidera la sociedad socialista china y los Partidos Demócrata y Republicano son el partido del capital que lidera la sociedad capitalista estadounidense. Y mientras el PCCh ejerce su influencia a través de una potente democracia participativa de base y el libre debate con los otros ocho partidos parlamentarios, los Partidos Demócrata y Republicano se centran en el control del registro para votar (en EE.UU. no existe el Censo electoral y los ciudadanos para poder votar tienen que registrarse en uno de los dos partidos o como independiente, ejerciéndose multitud de manipulaciones en los requisitos para dejar fuera del derecho de voto a las minorías, 51 millones de personas sin estar registradas -el 24 % de la población en edad de votar- según cálculo de El País).
La inevitable comparación de ambos sistemas no puede hacerse sino a través del progreso humano, entendido como la capacidad de toda la sociedad de beneficiarse de los avances de la ciencia y la técnica. Y en este terreno el modelo socialista no encuentra rival, ya que no se subordina exclusivamente a la rentabilidad de las corporaciones privadas, sino que se centra en las necesidades humanas de desarrollo y bienestar.
La izquierda europea y China
La historia reciente de la izquierda europea, marcada por el fracaso de las experiencias socialistas del este de Europa en el siglo pasado y por su propia división, la ha anclado en un horizonte electoralista y con dificultad para proponer un modelo alternativo de desarrollo y ha terminado reduciendo la idea de progreso a la defensa de derechos sociales en peligro por el neoliberalismo, pero sin una estrategia propia de emancipación global.
Difundir y defender la experiencia del socialismo con características chinas es importante. Para la izquierda europea, asumir esta experiencia como punto de referencia implica recuperar una verdad fundamental: el socialismo sigue siendo una alternativa histórica viable y superior al capitalismo. Sin un horizonte estratégico claro, las fuerzas progresistas europeas están condenadas a la marginalidad política y al reformismo impotente. En cambio, reconectar con la idea de que es posible articular un modelo de desarrollo distinto, centrado en la justicia social, la soberanía nacional y el socialismo, abre la posibilidad de construir un proyecto capaz de devolver a la izquierda europea su papel histórico.
Defender el modelo socialista chino frente a la propaganda occidental que lo demoniza es, por tanto, una tarea no solo de solidaridad internacionalista, sino de autodefensa política para la izquierda europea. El capitalismo neoliberal ofrece desindustrialización, precariedad y crisis ecológica, mientras que el socialismo de mercado chino muestra que es posible orientar el desarrollo hacia la mejora real de las condiciones de vida de las mayorías y hacia el progreso ecológico, económico y tecnológico.