
Por David Torres
Dicen que está de moda ser un canalla, un desalmado, un malote, pero lo cierto es que la auténtica sensación, lo último de lo último, consiste en ser idiota. Es difícil saber que vino antes, si el huevo de la gilipollez o la gallina de la depravación, una discusión que se remonta por lo menos a Sócrates, quien ya advertía que no se podía ser malo a sabiendas, que la maldad no es más que una consecuencia de la ignorancia. Sócrates hubiese flipado mucho en nuestra época, cuando, en lugar de una pregunta desde el Ágora, le habría caído un chaparrón de memes, insultos, collejas virtuales y videos de gatitos. Sócrates es que no conocía a Abascal, a Milei, a Trump o a Ayuso, y eso que salió ganando. Llega a conocerlos y, en vez de beberse la cicuta, se corta el cuello con una piedra y se tira desde lo alto de la Acrópolis.
Hablando de Sócrates y de la Acrópolis, conviene recordar que el término "idiota" proviene del griego "idiotes" y servía para catalogar a aquellos ciudadanos que preferían no involucrarse en política, como si la cosa no fuese con ellos. El concepto ha ido ampliándose con el tiempo y hoy día ha triunfado en muchos otros ámbitos, aunque la periodista Sarah Santaolalla volvió a emplearlo con su significado original en un comentario referido a los votantes de derechas que no se molestan en contrastar información sobre los incendios y que se tragan las mierdas dobladas. El adjetivo molestó mucho a los académicos del PP, gente muy educada, siempre respetuosa y precisa con el lenguaje que, en los últimos años, ha calificado al presidente del gobierno sucesivamente de "traidor", "cobarde", "felón", "etarra" e "hijo de puta".Puesto que las discusiones etimológicas no llevan a ningún sitio, resulta más esclarecedor analizar la conducta de un idiota y observar los mecanismos psicológicos que lo conducen al éxito. Sospecho que el principal, si no el único, es la confianza ciega, la absoluta seguridad en una idiotez que no conoce vacilaciones, dudas ni desánimos. Por ejemplo, una noche iba yo con un amigo a La Fontana de Oro, una taberna histórica cercana a la Puerta del Sol donde todavía sirven Guiness de grifo, cuando un tipo que subía las escaleras me preguntó a voces si sabía por qué se llamaba así. "Claro", respondí, "es el nombre de una novela de Galdós". El tipo, que era un Cayetano de antología, pijo desde el rizo de la gomina hasta la punta de los mocasines, se echó a reír estruendosamente y soltó: "De Valle-Inclán, hombre, de Valle-Inclán".
Lo dijo con tal convicción que me hizo recular, pese a que yo estaba convencido de que se trataba de Galdós: como que en un rincón de la taberna hay no una sino dos figuras de cera que recuerdan al insigne escritor. Sin embargo, aquel botarate hablaba tan imbuido de certidumbre, tan impermeable al titubeo, que consulté el dato en el móvil para corroborar lo que ya sabía: que La Fontana de Oro es el título de la primera novela de Galdós, publicada en 1870, donde sale una descripción de una fonda sita en el mismo lugar que ya tenía casi un siglo de existencia. Esa es la auténtica señal del idiota a las tres, el idiota pata negra, el idiota a la enésima potencia: que está tan seguro de sus gilipolleces, tan repleto de imbecilidad, que no le cabe la menor duda.
Entre los grandes éxitos de esta moda de ser idiota destacan las vacunas, la Tierra plana, la no llegada del hombre a la Luna, el socialismo de Adolf Hitler y la invasión subrepticia de Europa a través del top manta. Abascal, un auténtico especialista en el tema, soltó una idiotez tan tremenda la semana pasada que contenía tres o cuatro idioteces más, como una carga de profundidad con varias minas dentro estallando una detrás de otra. Que hay que hundir el Open Arms porque es un barco negrero. Que esos negros que vienen a invadir Europa a base de collares y camisetas están financiados por multimillonarios. Que esos barcos negreros atraen a las multitudes de inmigrantes que se lanzan alegremente a una patera, convencidos de que el océano es una charca y que al otro lado les espera una paguita. No es fácil saber si detrás de estas afirmaciones está la idiotez, la ignorancia o la maldad, quizá todo junto, aunque dada la gran cantidad de mala gente que está compartiendo el meme del Open Arms hundido en el fondo del mar, de lo que no cabe duda alguna es de que ser idiota está de moda.